Con medalla de oro y el título de maestro bajo el brazo, Manuel Pacífico Antequeda se animó a expresar, en su acto de graduación, su deseo en voz alta: ingresar a la universidad para convertirse en abogado. Así lo hizo saber frente a Domingo Faustino Sarmiento. La respuesta del impulsor de la educación pública argentina fue como un baldazo de agua fría que dejó mudo a todo el salón de la Escuela Normal de Paraná. El tiempo daría la razón al irascible sanjuanino. En esta nota que integra la saga de cien artículos de “Entre Ríos Secreta”, reunidas en el libro de ese nombre, recordamos a Sarmiento, a 132 años de su muerte.

J.R.
La entrega de diplomas de fin de año no era un evento más. La imagen de Sarmiento se llevaba todas las atenciones y sus movimientos endurecidos por el carácter y la seguridad aportaban una cuota exótica en medio de la solemnidad.
Para esa altura de la historia, Sarmiento era ya un proyecto de estatuas por el mundo. Un personaje capaz de describir el frío de sus pies como el presagio de bronce que habría de perpetuar su memoria en salones y bibliotecas.
Era todo un maestro de ceremonias desacartonado, el dueño del ánimo general, la figura central en un acto que se desarrollaba en la Escuela Normal de Paraná, cuando el año 1879 consumía sus últimos días.
Con la presencia del creador de la escuela pública, del artífice del normalismo que hallaba en ese edificio la cristalización del proyecto más soñado de toda una generación, la entrega de diplomas no era un evento más.
La ciudad toda, enterada de la visita del ex presidente, era un revuelo. Y Sarmiento, profundamente egocéntrico, pérfidamente seguro, satisfacía las expectativas de una multitud que asistía al momento con la convicción de estar transitando una página de historia.
Sarmiento ya era Sarmiento. Lo fue mucho antes de morir y lo era cuando llegó aquella vez a Paraná para entregar, personalmente, el diploma a 11 maestros egresados de la Escuela Normal.
Entre los noveles docentes se destacaba un mendocino. Sarmiento debe haber estado alertado de sus dotes cuando lo eligió para preguntarle a viva voz, ante la multitud, sobre sus planes futuros.
Si el edificio de la Escuela Normal era la piedra cristalizada del sueño normalista, el joven mendocino allí parado constituía su fruto más esperado.
Los distintos relatos que circularon como tradición oral dando cuenta del episodio intentaron reconstruir las palabras de Sarmiento. No hay una versión unánime, pero todo cuanto se ha dicho da cuenta del clima que se vivió.
Sarmiento parecía enojado, como casi siempre. Pero recién se enojó, de verdad, cuando escuchó la respuesta de Antequeda, el egresado con medalla de oro. Y el estallido no pasó inadvertido.
Una de las versiones lo cuenta así: al llegar el turno de Antequeda para recibir su diploma, Sarmiento le preguntó, en el estrado y ante un público numeroso, cuáles eran sus aspiraciones. Al contestar Antequeda que pensaba trasladarse a Córdoba a seguir estudios de Derecho, el ex presidente le replicó en voz alta: “El país no necesita abogados sino maestros para difundir la cultura, enseñar el respeto a la ley y la defensa de la libertad”.
Fue una fría sorpresa. Antequeda quedó paralizado, pero asentía con la cabeza. Al menos asintió con su futuro. No pasaron muchos meses para que el mendocino se convirtiera en director de la Escuela Normal de San Juan, obra que él contribuyó a crear. Ocupó ese cargo hasta 1882, año en que el mismísimo hombre que lo retó en público lo designó como Inspector Nacional de Escuelas de San Juan.
La docente entrerriana e investigadora del normalismo en Entre Ríos Norma Fernández Doux relató en una entrevista lo que pudo reconstruir de aquel momento, tan tenso como trascendental: “Cuando se celebrara su fiesta de graduación, contando ésta con la presencia del ex presidente Sarmiento, Antequeda pregunta si, teniendo en cuenta sus méritos, sería posible hacer una excepción a lo normado en materia de becas y de reconocimiento del nivel de estudios, para poder ingresar a la Universidad de Buenos Aires e iniciar, así, su deseada carrera de Derecho. Dicen que Sarmiento hizo parar la fiesta; se enojó mucho, y pronunció algo que debió parecerse a: ¿Usted cree que la Nación invierte dinero en formar maestros para que cuando, por fin los formamos, resulte que el mejor de ellos quiera ser abogado?. Es decir que la formación de maestros era, efectivamente, una necesidad, por lo que fue justificable la reacción de Sarmiento”.
Como quiera que haya ocurrido, 131 años más tarde queda claro que el impulsor de la educación pública reaccionó airadamente, en base a su profunda convicción respecto del rol que habrían de jugar los maestros en la construcción de la Argentina.
Manuel Pacífico Antequeda no fue abogado. Esa especie de escarnio público propinado por el chinchudo Sarmiento lo puso en la historia. En 1904 creó la Escuela Normal de Maestros Rurales “Juan Bautista Alberdi”, una experiencia inédita en toda Latinoamérica hasta entonces.
Esa, sin dudas su principal obra, surgió de su labor como director nacional de Enseñanza y presidente del Consejo Provincial de Educación de Entre Ríos, que cumplió entre 1903 y 1914.
Antequeda sostenía que había que llevar la escuela hasta los lugares más recónditos de la geografía, y por eso creó aulas flotantes y levantó edificios donde antes no había más que vegetación en su expresión más silvestre.
Diversidad
Manuel Antequeda no era, por mucho que eso signifique, un simple creador de escuelas. Fue un pensador, un proyectista del país. Un estadista que pensó la construcción de la Argentina desde la educación.
La discusión con el normalista entrerriano Ernesto Bavio era célebre en torno a la cuestión vinculada a la inmigración. Antequeda pensó de verdad en un sistema de integración y respeto por la diversidad, de homogeneización nacional a partir del respeto por las características de las colectividades.
En el libro La educación en las provincias y territorios nacionales (1885-1945), escrito por Adriana Puiggrós y un equipo de colaboradores, se aborda el asunto y la visión del docente egresado de la Escuela Normal de Paraná, aquel que quería ser abogado hasta el momento mismo en que escuchó a Sarmiento.
“La estrategia de Antequeda – dice el ensayo– recurrió a otras tácticas para resolver la cuestión cultural. Básicamente permisiva, entendía la heterogeneidad cultural entrerriana como constituyente de la identidad provincial y por tanto demandante de una estrategia educativa con capacidad para integrar las diferencias. En este sentido, frente al informe crítico sobre Entre Ríos elevado por Bavio como inspector nacional del CNE (Comisión Nacional de Educación), Antequeda desechaba radicalmente sus enunciados. Aquel calificaba de ‘peligro nacional’ la situación de las colonias rusas y judías, afirmando la existencia de un ‘territorio conquistado’ en un discurso que representa la extensión del caso entrerriano de las políticas de Ramos Mejía. Mientras Bavio entendía a la escuela como anclaje civilizatorio articulándose así con el discurso de Ricardo Rojas y Manuel Gálvez, Antequeda la concebía como un espacio condensador de tendencias sociales, que debía identificarse con el sentimiento predominante de la comuna. A partir de allí rechazaba las medidas represivas, confiando a los extranjeros sus propias escuelas, particularmente a aquellos que dominaban la lengua nacional, y para reforzar esto último instaló los cursos temporarios para maestros rurales”.
La estrategia unida a la decisión política fue determinante para que la matrícula escolar creciera en Entre Ríos, durante su gestión de una década, de 13 mil alumnos a 55 mil.
De su actividad pública se ha reseñado lo que constituyó una de las primeras medidas: la dignificación del magisterio. Y esa aseveración se sostiene en la decisión adoptada, apenas asumió como presidente del Consejo Provincial de Educación, de ordenar poner al día los sueldos docentes, tras siete meses de atraso y continuar pagando puntualmente durante sus doce años de gobierno escolar.
Docente, pensador, estratega, estadista, Manuel Pacífico Antequeda fue el primer eslabón de una cadena educativa que germinó en la capital entrerriana.
Nota: el fotógrafo Manuel San Martín capturó la imagen del cuerpo sin vida de Sarmiento.