12/10/2020 - 12 de Octubre

La Danza de la Flecha que gritó su atrevimiento en los salones

“Recia, de expresión mística y humana, donde se advierte con facilidad la devoción y la energía que enseña esa danza guerrera de Cuzco, símbolo de una raza que temiendo caer bajo el apasionante poderío de la cultura occidental, prefiere su sacrificio”. Así describe un crítico de artes a la estatua de Paraná, que fue un grito atrevido en una cultura hispánica imperante.

Jorge Riani

Paraná es una ciudad que tiene en su suelo un “Perlotti”. Es decir una obra escultórica digna de ser admirada, aprehendida con la vista, pero que también puede ser asida con los datos que acompañan su existencia. Esos datos son los que narran una historia, un contexto que, en este caso, está ligado a la evolución artística y política del autor. O dicho de otro modo, la estatua de Luis Perlotti que posee la ciudad habla de la ética y la estética del escultor que le dio vida.

Nos referimos a “La Danza de la Flecha”, que Perlotti esculpió en 1925 y que llegó a la ciudad en 1947. Fue comprada por ese gran mecenas de la cultura que tuvo Paraná, el doctor Pedro E. Matínez, y que –como tal– la donó a la ciudad para que sea instalada en la rotonda por la que se ingresa, desde el centro, al Parque Urquiza.

A principios de este siglo se le instaló un espejo de agua en su entorno, en un trabajo municipal sobre el que ilustra la fotografía que acompaña esta nota.

Una biografía novelada de Luis Perlotti, escrita por Sara Sáenz Cavia de Morales Torres llamó la atención del cronista. Logró destacarse en el abigarrado ambiente de la librería “El Túnel”, que deslumbra en la porteña Avenida de Mayo, en el barrio de Monserrat.

La imagen era familiar: un aborigen tomándose el pecho con la mano derecha, la cabeza tirada para atrás, y una postura que denuncia la proximidad de la muerte. En tonos verdes y amarillos, la imagen concentró la atención y la terminó de apresar el nombre destacado, en tipografías rojas, de Luis Perlotti.

“¡La Danza de la Flecha!” Recordamos entonces que Perlotti, era habitué a la mesa del Café Tortoni, a metros de la librería. El artista compartía café con Alfonsina Storni y con Benito Quinquela Martín, entre otros. A la amiga poetisa terminó dedicándole una escultura en relieve, sobre una piedra, en La Perla, junto al mar para adentrarse hasta perderse en la profundidad.

El libro de Sáenz Cavia está cargado de datos, enredados en una escritura por momentos muy pesada, pero también muy valiosa para conocer más sobre el escultor.

Promediando el trabajo que bucea en la vida del artista, asoma la alusión que nos interesa sobremanera: “La Danza de la Flecha”.

“Recia, de expresión mística y humana, donde se advierte con facilidad la devoción y la energía que enseña esa danza guerrera de Cuzco, símbolo de una raza que temiendo caer bajo el apasionante poderío de la cultura occidental, prefiere su sacrificio”, se describe.

Sostiene la escritora que “el artista la representa herida en el corazón por una flecha que mientras danza, intenta arrancársela” y admite que la pieza causó impacto al momento de su nacimiento: “las opiniones múltiples y contradictorias que despierta esta obra, sólo logran hacerla más notable a la atención del público”.

Perlotti presentó “La Danza de la Flecha” en un concurso nacional de esculturas, que tuvo un jurado del que tomó parte el pintor entrerriano Bernaldo Cesáreo de Quirós. Pero no fue su obra la que resultó ganadora en ese Salón de Otoño de La Plata, sino que el primer premio fue para el bronce “Cabeza de viejo”.

“La Danza de la Flecha” pasó inadvertida en esa exposición y no por falta de mérito en sus formas y en su mensaje, sino por la sencilla, pero también inexplicable razón de que prácticamente se la ocultó. Contaron algunos artículos en diarios del momento que la escultura fue dispuesta en rincón oscuro, y que muchos asistentes a la muestra ni siquiera se enteraron de su existencia.

La estatua fue un grito atrevido en una cultura hispánica imperante. Y eso, está claro, no cayó bien en muchos sectores. Perlotti molestaba con su obra, que ahora es la obra de todos los paranaenses.

“La Danza de la Fecha” fue políticamente incorrecta. Cosechó críticas en voz baja y defensas con voz estruendosa. El periodista y escritor Juan José de Soiza Relli le dedicó dos páginas en la revista “El Hogar”.

La biógrafa de Perlotti alude a esa defensa asumida por el periodista y escritor, quien “sale a la palestra con autoridad indiscutible, consagrada por una vasta ilustración pública”. Así es como Soiza Relli escribe la nota de defensa “del valioso trabajo cuyo sello americanista demanda ya respeto, y lanza virilmente, honradamente, su protesta por la subestimación que había sufrido ‘La Danza de la Flecha’ por parte de la dirección del Salón Nacional de aquel entonces al colocarla en un lugar donde le había faltado hasta luz”.

Señala los relieves que exalta el concepto estético que ha dominado al autor de esta obra, de la que dijera Francisco Villarejo, crítico peruano: “Es una magistral composición de arte santuario americano, que tiene su vitalidad dinámica y su ritmo propio. En él se cumple aquel canon de escultura contemporánea: ‘la exageración lógica o amplificación razonada de los planos’ Conceptúo este trabajo como el mejor de Perlotti aún no superado en su concepción ideológica”.

Es cierto: la estatua erigida en el ingreso principal al Parque Urquiza es ideología pura.

En cambio la biógrafa Sáenz Cavia dice que el desprecio con que trataron su obra no hizo mella en la persona de Perlotti. “A pesar del enconado recibimiento, al parecer, y de su extraña incomprensión, la personalidad del artista se va afianzando, siempre amparado por su propia fe, aquella que le había enseñado a contener el desborde del dolor que le causaran por la insidia, y la indiferencia, hasta tornarse en un hombre de extremada serenidad ante los embates de la suerte”.

Buenos Aires ofrece esas joyitas escondidas que hay que saber buscar por rincones muchas veces alejados de la mirada acelerada, como la biografía novelada del “Escultor de América”. Pero también como esa fotografía que hallamos hace algunos años y volvimos a ver en el mismo viaje en que hallamos el libro sobre el autor de “La danza…”.

Esa foto a la que nos referimos, atesorada en un cajón metálico primero, y ahora digitalizada, muestra un extraño monumento que supuestamente se encontraba en el Parque Urquiza.

En la década de 1930 había en Paraná un monumento a Francisco Pizarro, del que no queda ningún registro escrito, ni crónicas periodísticas que revelen su existencia; ni siquiera permanece en el recuerdo de historiadores, docentes y memoriosos que vivieron por aquellos años y que fueron consultados por el cronista.

¿Existió entonces el monumento a Pizarro en Paraná? Es posible. Así lo confirma un casual hallazgo en el Archivo Histórico de la Nación, en un trabajo que documenta con textos y fotos cada rincón del Parque Urquiza. “Monumento a Pizarro. Vista de un sector del Parque Urquiza de Paraná, donde se aprecia. Octubre de 1933”, dice el escrito que acompaña la foto de la estatua devorada por el misterio.

Contamos en “Relicario”, que en Paraná, Pizarro tuvo su monumento en un privilegiado lugar de la ciudad. Hoy sólo queda una vieja foto y ningún otro rastro. Es posible que alguien piense que la existencia de una estatua del ambicioso conquistador tuvo su lado bueno: otorgar la posibilidad de poder sacarla y olvidarla.

El 25 de mayo de 1934 el indio de bronce de Luis Perlotti comenzaba danzar el ritual de muerte, en la rotonda de Alameda de la Federación y Bertozzi. En un mismo tiempo, el Parque Urquiza cobijaba “La Danza de la Flecha” y expulsaba al olvido al Pizarro de bronce.