04/08/2021 - El informe de un intelectual catalán sobre la capital entrerriana

Paraná, aquella ciudad de pocas iglesias y cultura socialista

Hace casi 120 años, un informe elaborado por el multifacético catalán Juan Bialet Massé describió a Paraná como una ciudad bella, limpia y culta como pocas en el país. Habló de los clubes de intelectuales, de la baja actividad diaria en las iglesias y de la labor propagandística de los socialistas y, en menor medida, de la de los anarquistas.

Jorge Riani

Prolija, linda y culta. Esos son los adjetivos que alcanzan para sintetizar la descripción que recibió la ciudad de Paraná en los primeros años del siglo pasado, en un informe destinado a registrar el estado de la clase trabajadora en todo el país. El informe data de 1904 y se desprende la observación y la capacidad narrativa del polifacético catalán Juan Bialet Massé.

Cuando llegó a la Argentina, Bialet Massé ya era médico, recibido en la Universidad Central de Madrid. Pero en esta parte del mundo dedicó sus pensamientos, sus estudios, sus reflexiones a las ciencias sociales, sin desaprovechar sus conocimientos sobre el cuerpo humano y el arte de curar. Es que mientras se desempeñaba al frente de una cátedra de la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional de Córdoba, también daba clases de “Legislación Industrial y Agrícola” en la Facultad de Ciencias Exactas Físicas y Naturales.

Nunca dejó de estudiar y aprovechó su residencia en la provincia mediterránea para estudiar Derecho. Se recibió sin tropiezos de abogado y aún así nunca dejó de ser estudiante: a los 60 años conquistó el título de Agrónomo.

Era masón de una logia asentada en Córdoba y de otra en Rosario. El hecho de ser empresario no fue óbice para una de sus tareas más perdurables: el “Informe sobre el estado de las clases obreras en el Interior de la República”.

Fue en el marco de una gira por todo el país, registrando la situación de los trabajadores, lo que le permitió retratar el estado de los granjeros, los obreros criollos, los aborígenes insertos en el mercado laboral en el Territorio Nacional del Chaco, los extractores en la selva virgen de Jujuy, los peones de siembra en los latifundios, los explotados de los obrajes santiagueños y chaqueños, los niños de los ingenios azucareros de Tucumán, los mineros de La Rioja y de otras provincias norteñas, los cortadores de leña y postes, todo eso integrando un inmenso mosaico de realidades que conformaron el suelo de la Argentina.

Documentó con exquisita prosa la vida de los trabajadores: hombres y mujeres; criollos, nativos e inmigrantes; niños y ancianos en informes que expresan una gran preocupación, ya en aquellos años, por el maltrato a los recursos naturales, por el cansancio de la montaña y la destrucción del bosque.

En el décimo capítulo del primer tomo por el que se extiende el informe está dedicado enteramente a Entre Ríos. Es notable el contraste entre la descripción de esta provincia con relación a los otros estados. Es que mientras de otras toma la realidad de la migración obrera entre provincias, la explotación, la emisión de monedas, la puja entre criollos y extranjeros, las enfermedades como paludismo, los abusos de los agentes de colocaciones, el abuso a los niños, la insuficiencia de la comida y el jornal, la presión impositiva y la repulsión general a los tributos, la sustitución del bosque con la estancia, de Entre Ríos le llama la atención realidades sociales muy diferentes a las observadas por otros caminos: una función de teatro de propaganda obrera en Paraná, el mercado de la capital provincial, la riqueza agrícola de la colonia, el desarrollo de la educación pública entre otras.

“La ciudad del Paraná es una coqueta vestida de flores y perlas recostada en un vergel, arrellanada en el faldeo de una alta barranca, tiene su corazón allá en lo alto, y los pies metidos en el río, para que los besen buques de todas las naciones ¡Cómo es hermosa!”.

Con ese párrafo se lanza a leer y contar la ciudad. “En la plaza principal –sigue–, la más alta; las agujas de las torres de la catedral, elegantes y finas, conducen la mirada al incomparable cielo; allí tres casas de educación y la primera escuela normal de la República, dos librerías, el club, que representa a su culta sociedad; en una esquina la casa municipal; esa plaza está en el corazón del pueblo entrerriano. Como es él es la ciudad, y como es la ciudad es la provincia”.

La descripción, como se dijo, forma parte del informe publicado en 1904. Si bien resulta obvio que la observación general le ha demandado un prolongado tiempo de viajes al autor, en el capítulo dedicado a Entre Ríos queda claro que entre el momento de su visita a la capital provincial y la publicación del libro pasó menos de un lustro, a lo sumo.

En uno de los párrafos cargado de una descripción romántica, bucólica, halagüeña, el autor se refiere a lo limpios que son los espacios públicos, pero también los particulares. “Las calles anchas, pero sobre todo limpias, y hermosas plazas, llenas de amplias mansiones de esmerada construcción, todas con espléndidos jardines de escogidas plantas, hasta en el arrabal más apartado; la casa del pobre es de mampostería revocada y tienen plantas y flores; en el Paraná no hay ranchos. Las calles que van al río tienen rápidas pendientes; las que atraviesan, son arcos de óvalos que caen cada una a su cañada; están bien pavimentadas, son limpias, aunque no quisieran, pero sus habitantes quieren, y son limpios hasta los arrabales sin pavimentar”. 

Frutales

En más de una nota hemos contado sobre el entorno productivo de Paraná: sus quintas, sus viñedos, sus granjas, pero también los mataderos que a un cronista a calificarla como “el Gólgota del ganado, pues estaba el terreno cubierto no solamente de cráneos, sino también de osamenta”.

Sin embargo, un cuarto de siglo después de aquella descripción de carnicería, el catalán del informe ve un vergel de frutales.

“Rodean a esta ciudad numerosas quintas de naranjos y hortalizas, cuyas cosechas de tomate temprano representan ya más de 100.000 pesos y sus verduras y legumbres otro tanto en los mercados de Buenos Aires y Rosario, y se acaban las quintas al tocar el Paseo Urquiza”.

No se lo llama parque sino paseo al espacioso lugar de barrancas que empezaba a despertar el interés de los paranaenses. Hacía diez años que la ciudad había ganado para sí ese lugar, gracias a la donación que la viuda de Justo José de Urquiza –Dolores Costa– había hecho de esos terrenos que fueron pensados como defensas de la ciudad contra posibles ataques desde el río.

Faltaban unos treinta años para que el Parque Urquiza adquiriera su fisonomía, lograda a fuerza de breves construcciones recoletas en medio del verde, de las obras de arte diseminadas en su manto vegetal y, fundamentalmente, con sus árboles exóticos y sus monumentos.

Entonces, el paseo le ponía fin a ese vergel productivo que arrinconaba hacia las márgenes, por toda una medialuna que unía norte y sur pasando por el oeste, tambos, granjas, quintas de frutales y olivares.

La Casa de Gobierno que vio el catalán observador era la misma que conocemos hoy en día. La que proyectó Bernardo Rígoli y ordenó construir Eduardo Racedo; a la que le puso un entorno paisajístico Carlos Thays y ornamentó el taller de yesería de los Nux y con la que Paraná se decidió a volver a ser capital entrerriana de una vez y para siempre.

Juan Bialet Massé fue un médico, abogado, agrónomo, periodista y empresario catalán que visitó Paraná en el primer lustro del siglo XX.

“La Casa de Gobierno viste todo el frente de una plaza, de arriates siempre verde. Es un palacio suntuoso, de arquitectura seria, en cuyo seno caben todas las oficinas de los tres poderes, en amplios salones, adecuadamente decorados. El depósito de las aguas corrientes, el hospital, la estación de ferrocarril, todo es hermoso”.

El hospital del que habla debe ser el de Caridad, que estaba en la cuadra donde hoy se levanta la parroquia Sagrado Corazón de Jesús, porque faltaban ocho años para que el San Martín llegue con su extensa casa de amplios jardines y un zoológico para solaz de los enfermos. Y el depósito de agua no debe ser otro que las magníficas instalaciones de la zona que conocemos como Toma Nueva, con su chimenea inmensa y su arquitectura típicamente fabril pese a que lo único que se fabricaba allí era agua potable.

Iglesia y teatro

Ya que mencionamos a la parroquia Sagrado Corazón, vamos a un párrafo en el que el autor desvela qué lugar ocupaban las parroquias en la culta Paraná. Precisamente es en esas líneas donde describe cuán instruida era la población.

“Es la ciudad de la República que tiene menos iglesias. Muchas veces he pasado en ella muchas horas observando, como en todas partes, que es allí donde se percibe bien la diferencia entre los sinceros, los hipócritas y los que toman las iglesias por lugares de ostentación y pasatiempo. Durante la semana hay poca gente, los días festivos rebosan. Pues bien, me ha parecido que había allí más sinceridad y realidad”, cuenta el documentalista.

En el año 1972, el historiador marxista rosarino de ascendencia catalana, Alberto J. Pla, prologó una reedición del valioso informe. A nuestras manos llegó por la generosidad del estudioso economista Oscar Barbosa.

Pla cataloga al informe de Bialet Massé como una fuente clásica para quien quiera conocer la situación de los trabajadores argentinos de principio del siglo XX, también como un texto útil que, “como todo informe oficial hecho por encargo, ya se sabe que tiene limitaciones”. 

Es que el autor se entrega a elaborar el informe por pedido de Joaquín V. González, en momentos en que era ministro del Interior del gobierno de Julio A. Roca. El contexto en que lo escribió era de gran convulsión social, de decidido activismo gremial, del inicio de las bases sindicales por gremios.

En 1902 se aprobó la Ley de Residencia que autorizaba al Gobierno a expulsar a los extranjeros “indeseables”. En 1903 se realiza el Congreso de constitución de la UGT, de tendencia socialista, que reúne un buen número de sindicatos y obreros afiliados, y en 1904 el Congreso de la FOA resuelve cambiar su sigla por FORA, de orientación anarquista.

Es en ese contexto en que Bialet Massé llega a Paraná y se asombra con lo que anunciaba la cartelera del teatro: la puesta en escena de dos obras, “Mefistófeles” y “Ramón, el albañil”, a lo que le sucedió el extenso discurso de un referente anarquista rosarino que llegó a la capital entrerriana para esa misma actividad.

El documentalista describe que el salón está repleto, y que “hay bastante elemento femenino; algunas jóvenes elegantemente vestidas”. “Me fijo en dos o tres que llevan hermosos sombreros, y a las que las más exigentes burguesas no podrían poner reparo justificado”, observa.

“La orquesta es también original. Se compone de una docena de guitarras, bandurrias y mandolinas, tres violines, un contrabajo y dos instrumentos de metal. Tocan una sinfonía con notable afinación y maestría, que al concluir el público aplaude, y yo con él, porque lo merece”. La descripción del médico-abogado-agrónomo-economista de origen catalán nos deja con la duda sobre el lugar físico que se utilizaba para tal puesta en escena.

Eso es así porque si bien el Teatro “3 de Febrero” había sido habilitado en 1852, cuando Bialet Massé vino a la ciudad hacía 14 años que estaba cerrado porque en su lugar se estaba construyendo la actual y señorial sede que recién abrió sus puertas en 1908.

Lo que cuenta el autor del informe sobre la jornada teatral es memorable. “El drama trágico ‘Ramón, el albañil’ es bien representado. Los obreros artistas lo sienten con alma y vida, y lo dicen y hasta lo embellecen con el sentimiento”.

El relato literario-documental termina contando sobre la indignación general que se respira en el aire una vez que ambas obras dejan al desnudo la situación de vulnerabilidad social en las que están insertos los trabajadores. Ramón termina suicidándose para permitir que sus hijos fueran alojados en el asilo y así tener, al menos, un bocado para sus desnutridos estómagos.

“Era de ver la impaciencia de aquel público, cómo subía su emoción de acto en acto, de escena en escena, cómo se calentaba y enardecía. Las mujeres lloraban. Algunos no podían contenerse, tomaban aquello por realidad y se les escapaban frases de condenación, enérgicas, como rugidos pero dentro de las convivencias sociales. Al fin de cada acto –escribe Bialet Massé– era una ovación, un estallido de aquellas almas llenas, saturadas, que necesitaban descargar el sentimiento que las ahogaba. Voces de protesta contra la furia del destino. Al concluir fue como un trueno, trueno de clamor contra la burguesía, cuando un señor, que me dijeron que era el boticario de una ciudad de campaña, gritó: ‘Esa es la realidad de todos los días en la casa de muchos obreros’ y salió con ademán airado”.

Luego de las descripciones profusas sobre la urbanidad paranaense, el redactor del informe va perfilando un cierre del capítulo sobre Entre Ríos acorde a la objetivo central: la situación de los trabajadores.

La conclusión es que Paraná tiene un gran mercado de alimentos, que los jornales no son bajos, en el sentido que alcanza para vivir dignamente, pero que sí lo son en relación a las larguísimas jornadas de trabajo. 

“En mi visita a los talleres y fábricas pude observar que en general son todos amplios, ventilados y limpios, y más o menos obedecen al modo de ser de todo el interior. Aparte de los del ferrocarril, que son los mejores del Paraná, lo más notable de la ciudad es el taller de mecánica, herrería y carpintería de los señores Aranguren Hermano”.

Lo cierto es que luego hace un pormenorizado informe sobre cantidad de operarios, lugar de origen y salarios que perciben. Pero una vez más, como en lo que observó en cada rincón del país, la situación que sobresale es la acumulación de horas de fatigoso trabajo.

“Trabajan de sol a sol, con media hora a las ocho para el mate; al mediodía una hora en el invierno y dos y media en el verano para comer. La jornada es larga y es lo general en el Paraná para todos los obreros y peones”.

Habla sobre las panaderías, las sastrerías, los talleres, las casas de planchado de prendas. “El trabajo de las planchadoras es bueno, pero es demasiado pesada la jornada. Entran a las entre las 7 o 7,30. A las 8 tienen un cuarto de hora para el mate. A las 11,30 tiene para comer dos horas, y salen al trabajo a la tarde, entre las 6 y las 7. Trabajan con luz y muchos sábados hasta tarde. Sólo tienen medio día libre los domingos y días festivos”. 

Educación

No puede abstraerse el autor del escrito sobre la situación de la educación pública. Porque si bien ya deja dicho de antemano que la población es muy culta, y que las mujeres tienen mayor instrucción y cultura que en cualquier otro punto del país, luego señala que es la ciudad de las tres grandes casas educativa, entre las que cuenta a la primera Escuela Normal de la República Argentina.

“Este año se abrió en el Paraná una escuela nocturna para obreros, la que ha sido muy concurrida desde el principio. He visto en ella obreros de barba canosa y no pocos de más de veinticinco años, siendo muy notables sus progresos de lección a lección”.

“En una palabra, el Paraná se acuerda que un tiempo fue capital de la República”. Eso escribió Juan Bialet Massé para rematar su informe sobre el presente de Paraná de aquel momento, pero con referencia a un pasado de más de cuarenta años que hasta entonces nadie olvidaba.