06/09/2021 - Arquitectura e historia

Las expresiones itálicas en la ruta entrerriana de Garibaldi

Las sedes italianas conforman una constelación arquitectónica que recrea las formas edilicias del antiguo Foro Romano. Mantienen viva la historia y la cultura de un imperio. Mutualismo, cooperativismo, arquitectura, gastronomía, arte nutren ese universo que floreció como un retoño en la tierra entrerriana en la que peleó Giuseppe Garibaldi.

Jorge Riani

Como salido del Foro Romano, las sedes italianas se erigen en cada ciudad grande de Entre Ríos, con sus columnas, sus rejas, sus triangulares frontispicios, algunas con las estatuas de la mitología y siempre con las banderas celestes y blancas junto a las roja, verde y blanca.

Frente a la plaza o a pocas cuadras, casi marcando una presencia tan fuerte como el mismísimo templo católico, las sedes marcan una referencia urbana e histórica. Espaciosos, ornamentados, esbeltos en tal medida que conforman una belleza diáfana e inconfundible, las sedes sociales representan una arquitectura singular, muy parecida a los templos masónicos en aquellas ciudades donde los hay.

De ese modo, las sociedades italianas albergan actividades culturales donde las alusiones al Dante, a las óperas, a las danzas, a los libros en dos idiomas conforman un mundo que recrean aquellos inmigrantes y sus descendientes, añorando su historia.

La imagen del ilustre piamontés está siempre presente en el interior entrerriano.

Es notable el modo en que los italianos han recreado los modos culturales de la península, en una provincia en la que los antecedió, en su largo andar, nada más y nada menos que Giuseppe Garibaldi, el padre de la patria, el unificador de principados, el aventurero, el idealista, el republicano que ponía el cuerpo a las ideas políticas modernas.

Cuando Garibaldi arribó a la provincia, en 1836, lo hizo blandiendo una causa política que a muchos intelectuales y políticos lo llevaban a hacer un trayecto inverso, es decir lanzarse al exilio. Para el piamontés, el peligro parecía motivarlo. La muerte lo rozó más de una vez en nuestra provincia. Sin embargo, al parecer la historia le tenía reservado un lugar grande en esa creación suya que fue la Italia moderna.

Aventurero evidente, corsario confeso, pirata para algunos, héroe para otros, Garibaldi no vino en busca de quietud. Con menos de 30 años, había partido del viejo continente con una orden de muerte sobre su persona y no por otra cuestión que no sea vivir apasionadamente sus ideales.

Arribó primero a Río de Janeiro, donde se vinculó con emigrados italianos. Allí no tardó en identificarse con la revolución liberal “que traducía la aspiración de los brasileños a gobernarse por sí mismo, liberándose de la autoridad despótica de la monarquía y el clero”, interpretó el escritor y periodista Amaro Villanueva.

De allí en adelante, el derrotero de Garibaldi sería febril e inestable. Armarse y luchar eran dos acciones que lo pusieron en el centro de una vida convulsa. Navegó con embarcaciones precarias y se procuró víveres, armas y naves por medio de la fuerza, pero claramente destinada a la causa de la independencia del Estado de Río Grande del Sur. En otras palabras, el aventurero italiano se ponía como enemigo al poderoso Imperio del Brasil.

La ruta de Garibaldi por Entre Ríos fue accidentada y recibió tratos diversos. Ingresó por río, en una travesía que lo llevó a protagonizar una batalla épica contra las tropas de Guillermo Brown. Recaló en Gualeguaychú –donde no se lo recuerda de la mejor manera aún hoy, por algunos desmanes de su tropa– recaló en Paraná y fue puesto preso y torturado en Gualeguay. También tuvo su estadía en La Paz, como parte de un trayecto que hizo por caminos insinuados, por pantanos, por río.

A su paso, el italianismo se expresó como un retoño de la vieja patria que sostuvieron bajo la inspiración de Giuseppe los inmigrantes que llegaron entre finales del siglo XIX y primeras décadas del XX.

Italia se expresa en los platos de los domingos, en los giros que los litoraleños y mesopotámicos le imprimimos al idioma castellano, en los rasgos de los hijos de la tierra y de los barcos, en las economías regionales que brotaron para el sustento de poblaciones presentes y porvenires, en los negocios bilaterales que mantiene esta región agroexportadora con la industrializada Italia, en la música y los instrumentos adoptados como propios. Y se expresa también en la arquitectura.

El idioma de las piedras

Las sedes sociales aportan un capítulo singular en la historia de la arquitectura regional y representan un templo laico en cada cabecera de departamento. Los edificios de Concordia y Diamante con el frente revocado en piedra París; el de Rosario del Tala pintado de blanco; los de Victoria, Villaguay y Gualeguay, de amarillo en tonos diversos aportan formas a la urbanidad pueblerina que recrean retazos romanos.

En las constelaciones arquitectónicas, las sedes italianas hacen escuela. Son únicas y con un mensaje de inequívoca evocación a la patria del Dante. Como las sinagogas de las colonias del Barón de Hirsch, como los diezmados edificios que quedaron en pie del gobierno de la Confederación Argentina –cuando aquí se decidió una constitución y se inventó el país moderno, al ritmo en que Santiago Danuzio construía sus casonas–, claro que como los templos masónicos y las iglesias católicas, como las escuelas públicas en tiempos de igualdad y normalismo, como todo eso, las sedes sociales italianas crean un conjunto, una constelación arquitectónica.

Sin embargo, el aporte italiano a la arquitectura del Litoral argentino, con Entre Ríos incluida, supera ampliamente esa constelación. Cuando la Argentina agroexportadora de la ostentación se vistió con sus mejores trajes arquitectónicos, estuvieron los constructores italianos aportando oficios, diseños, cálculos.

Las casonas, palacetes, los petit-hotel que integran el acervo más preciado de las ciudades llevan impresos en lo alto de sus fachadas apellidos como Bassi, Cavallo, Sandiano, Brollo, Buschiazo, Bergoglio, Zanini, Fasiolo y Storti, entre muchos otros.

Y los dos edificios más emblemáticos de la vida pública política y de la vida religiosa congregan también firmas italianas. La Casa de Gobierno, con Rígoli como diseñador, y la Catedral con Arnaldi dando forma al monumental templo.

Cuando el calendario del año 1887 gastaba sus páginas, los carros tirados por bueyes traían las primeras ocho columnas, mientras en Italia se continuaban con la construcción de otras tantas, que llegaron en enero de 1891. De Toscana a Génova y luego al puerto de Buenos Aires por barco a vapor. A Bajada Grande llegaban transportadas por barcos a vela. Esa es la ruta que cumplía la columna vertebral de una obra que concentró un esfuerzo que desbordaba los límites de la iglesia. Porque detrás de la construcción estuvo la voluntad y el aporte del gobierno y de los ciudadanos.

En 1897 la estatua de San Pedro sumó un rasgo itálico al templo. Se trata de una obra que esculpió el genovés Domingo Di Carli. “Estoy por esbozar un colosal bloque de mármol (de Carrara) que parece casi una montaña. Le diré que casi no se encontraron carros ni vagones para sacarlo de la cantera, por lo que me vi obligado a llevar un pequeño molde de la obra para adelgazarlo y poder trasladarlo”, escribió el escultor italiano antes de comenzar la estatua.

La obra de Arnaldi congregó a artesanos y albañiles también italianos. Algunos desde el anónimo talento pudieron aportar brillo a esa magnífica obra. Otros continuaron engrandeciendo el edificio y debieron hacer mantenimientos permanentes.

Casi como una botella lanzada al mar, con mensaje encerrado, uno de esos albañiles reparadores inscribió su nombre en un lugar alejado de las miradas. “Terzo Bassi. Nacido en Artegna 1899. Friuli   Italia. Paraná 3-5-1931. Saludo y recuerdo”, escribió en las alturas.

Bassi es un italiano que llegó como muchos otros a América buscando un porvenir. Creó una empresa constructora que seguramente influyó en su nieto en su matriz vocacional.

Adrián Bassi es uno de los arquitectos más reconocidos de Paraná en la actualidad. Este cronista le preguntó sobre esa tradición italiana ligada a la industria de la construcción con criterio de piezas únicas, de grandes objetos de arte utilizados para albergar familias, escuelas, entidades de todo tipo.

–¿Qué explicación le da al hecho de que los grandes constructores hayan sido italianos?

–No tengo una respuesta simple a esta pregunta. Italianos fueron los jesuitas que trazaron las Misiones de guaraníes, los diseñadores y constructores de iglesias, conventos y universidades en la Mesopotamia, el sur de Brasil y Paraguay.

Si nos ponemos a pensar un poco, la formación de artes y oficios en relación a la construcción que poseían las zonas originarias de la migración italiana indudablemente debe tenerse en cuenta.

El contacto con arquitectura de alto nivel con el sello del histórico imperio y las consabidas reminiscencias e influencias del arte grecorromano de su tierra tal vez sea una impronta decisiva. Y por supuesto, para quienes podían llegar a ese nivel de excelencia y capacitación, en Milán, Turín, Roma o Florencia existían las mejores escuelas y academias de arquitectura donde se originaron la mayoría de los profesionales que actuaron en nuestro país en el último siglo y medio.

Tal vez todo eso y alguna ayuda de la geografía y el medio natural, lograba una especie de pulsión constructiva que, por suerte, hemos recibido migración mediante.

No por casualidad fueron también italianos quienes crearon las primeras academias de diseño y arquitectura que anticiparon los estudios universitarios y los que propulsaron desde el interior de la colectividad itálica la formación de instituciones privadas de talleres de enseñanza de artes y oficios: Asociación de Estímulo de Bellas Artes, Unione e Benevolenza, etc.

Para quienes quieren bucear en este universo apasionante de los italianos que han construido nuestras casas, ciudades y cultura urbana, recomiendo fervorosamente el libro “Italianos en la arquitectura de la Argentina”, con un aporte fundamental del enorme arquitecto argentino Ramón Gutiérrez y otros autores como Alberto de Paula, Gustavo Riccio o Graciela Viñuales, que van desgranando con paciencia, gráficos, planos y un gran conocimiento este poco documentado tema.

–¿Cuál es esa herencia italiana en la arquitectura de la ciudad de Paraná?

–Como muchos paranaenses, yo vivo en una típica “casa chorizo” que tiene ya 90 años. El origen de esta tipología es la casa denominada “romana” de patio central con una división al medio, que a su vez tiene su antecedente en la casa pompeyana de 5 siglos antes de Cristo. Las herencias invisibles nos atraviesan en forma permanente.

Creo que toda la arquitectura urbana de nuestro país tiene herencias, reminiscencias, giros y guiños de una cultura tan potente y tan rica como la italiana. En nuestra ciudad resulta difícil no encontrar antecedentes de italianos entre los diseñadores, constructores, artesanos o albañiles de las principales obras de arquitectura tanto públicas como privadas. La casa de Gobierno, la Catedral, el Palacio Municipal, La Escuela Normal, La Biblioteca Popular, el Club Social. Se torna imposible en este espacio detallar tanta cantidad de obras y autores del muy buen patrimonio arquitectónico que tenemos o supimos tener, pero no podemos dejar de mencionar al piamontés Vittorio Meano, a Juan Bautista Arnaldi, de la Liguria; Santiago Danuzio, de la Toscana; Bernardo Rígoli, del Cantón Ticino; Rodolfo Fasiolo y su socio Pedro Storti y tantos otros profesionales italianos que junto con los excelentes constructores como Borgobello, Forlessi, Nocetti, Buschiazzo, Lazzari, Repozzini, Celeri, nos legaron obras de altísimo valor. Esas obras más representativas y jerarquizadas de nuestra ciudad cuyo origen se remonta a finales del siglo XIX y comienzos del XX, se vieron luego acompañadas por otras más domésticas y de escala más humana, donde los anónimos albañiles italianos, como mi abuelo Terzo Bassi, fueron incorporando estéticas (eclecticismo, neoclasicismo, art-nouveau,  modernismo) y tecnologías de construcción aplicadas al imaginario modernizador que invadió nuestro ámbito urbano ya avanzada la primera mitad del siglo pasado.

El edificio “papal”

El Palacio Bergoglio es uno de los edificios que enmarca Bassi en su explicación. Corría la década de 1920 y Paraná sumaba al paisaje uno de sus edificios más atractivos, que una sociedad integrada por cuatro hermanos encargó a la constructora Cavallo.

La Revista Social de 1928 lo presentaba como “uno de los más bellos edificios de las provincias argentinas” e inscribía una numeración en la que hablaba de “cuatro pisos con excelentes comodidades y departamentos especiales para familias, como así también lujosos escritores”.

Con su cúpula señorial, el edificio desplegaba lujo en la capital entrerriana. Y cuando la construcción estaba avanzada, Victorio y Albino Bergoglio, dos hermanos socios de los cuatro, fueron los encargados de armar el más lujoso café y bar que tuvo la ciudad. Así nació el Polo Norte, que reinó en un tiempo de bares ostentosos.

En esa sociedad de los hermanos Bergoglio, trabajó un familiar llamado Giovanni Angelo Bergoglio, padre de Jorge Mario, actual papa Francisco, según reveló este cronista en “Relicario”. Trece años después, cuando Bergoglio se convirtió en el papa Francisco, esa nota cobró valor.

También en las construcciones del Cementerio de Santísima Trinidad, que es la necrópolis municipal paranaense, se expresa esa riqueza arquitectónica italiana, con firmas como las de Cavallo, Bertellotti, Volpe, Gilardoni, Longhi, Brollo.

Hay tres enormes panteones comunitarios de los italianos, y las construcciones más lujosas fueron traídas pieza por pieza de Italia, como la de la familia Rosenbrock. La iconografía religiosa es aporte de artesanos italianos, pero también lo son las formas insinuadas de los masones.

La única lápida con símbolos de la logia que pudo escapar de la censura clerical, que tuvo al mando el cementerio entre 1824, cuando se creó, hasta 1883, cuando se municipalizó, es la del difunto Luigi Alfieri, “morto il 20 settembre 1890”, según reza el mármol tallado, y con escuadras y compás de inequívoco significado.

La cultura de los italianos se hace extensiva a toda la provincia mediante escuelas de niveles inicial, primario y secundario, como el Instituto Modelo Bilingüe Michelangelo y la Dante Alighieri, que rinden tributo a la cultura de la península itálica. La primera de ellas como cristalización del sueño de otro constructor, el empresario Luis Losi, uno de los hacedores de camino de la provincia.

Entidades como las “Vecchia Societá Italiana”, las “Unione e Benevolenza”, o las “Unione e Beneficenza” adhirieron tempranamente a los postulados republicanos y democráticos en sus estatutos, cultivaron los preceptos cooperativos y mutualistas y sembraron las semillas para la creación de entidades culturales.

Clubes y entidades como el de la Sociedad Friulana, la Casa D’ Italia, la Asociación Verdina difunden la cultura italiana y mantienen vivo a través de los contactos con la Embajada de Italia los lazos que mantienen vivo el sueño de los pioneros, hacer florecer los retoños itálicos en los caminos que abrió  Giuseppe Garibaldi.

En La Paz se conserva un mástil que la creencia popular cataloga como parte de la nave en la que arribó Garibaldi, mientras libraba una célebre batalla con Brown en las aguas del Paraná.