22/11/2021 - Iglesia y política

El gobierno púrpura y su templo mayor

La creación del Obispado de Paraná contribuyó al reconocimiento político de la Confederación Argentina. La Curia aceptaba y pedía a cambio, en medio de negociaciones con las autoridades públicas del momento.

Jorge Riani

En la historia eclesiásticas hay dos hechos, a los que queremos referirnos, que la Curia atesora como propios, guardar en sus archivos y celebrar en sus aniversarios, aunque sus trascendencias desbordan los límites de la Iglesia local para constituirse en hechos de la historia general de este pueblo del mundo, llamado Paraná.

Uno de ellos es la creación del Obispado y el otro la construcción de la Catedral. Entre un hecho y otro pasó casi cuarto siglo.

En el caso del primero, se trata de la instalación institucional del gobierno clerical, pero constituye a la vez un hecho político trascendental para la creación del Estado de la Confederación Argentina, con Paraná como asiento de sus autoridades.

Urquiza acordaba con la masonería, de la que formaba parte, tanto como con la Iglesia, que también lo tenía como uno de los más destacados integrantes. ¿Qué acordaba? El reconocimiento de la Confederación Argentina, pese a los escollos que implicaba tener tan cerca a un estado rival y poderoso, como era el de Buenos Aires.

De modo que la creación del Obispado de Paraná fue un hecho político más allá de sotanas y Evangelios. Claro que sotanas y Evangelios vieron en ese hecho la posibilidad cierta de lograr una institucionalización a la par de la que lograba el mismísimo Estado confederal.

Entonces lo pensamos de este modo: la creación de la Curia paranaense fue moneda de cambio para que Roma reconozca a la Confederación Argentina y su gobierno en Paraná, y detrás de eso también otros reinos lo hagan. Ergo: la creación del Obispado tuvo su efecto político sobre esta ciudad.

Por eso, cuando buscamos las fotos imprescindibles de la historia de Paraná, no puede faltar alguna que refleje a la Catedral, templo máximo de católicos y no católicos de Paraná.

Los hombres de la Confederación, como Juan Bautista Alberti o Juan María Gutiérrez no podían entender el hecho sino desde la importancia política que implicaba la creación de la Diócesis.

El 13 de junio de 1859, el papa Pío IX (o Pío Nono) expidió la bula “Vel a primis”, por medio de la cual se creó el Obispado Paranaense, que confirió a ésta, el rango de ciudad episcopal. Por medio de ese documento, se desmembraron del Obispado de Buenos Aires las jurisdicciones Entre Ríos, Corrientes y Santa Fe.

Hubo muchas y acaloradas discusiones entre hombres públicos y prelados, sobre los límites para designar autoridades eclesiásticas en Entre Ríos. La Iglesia requería la creación de templos y de un seminario, al tiempo que reclamaba autonomía para designar a sus dignatarios en la región.

Mientras tanto, las flacas arcas estatales ya atendían los gastos de la religión. El Congreso Nacional que actuaba en Paraná, que el 12 de agosto de 1858 había asignado por ley mil pesos anuales a cada iglesia catedral para su creación y construcción dentro del futuro obispado, y 600 para los gastos de cada curia episcopal, el 27 de ese mismo mes de agosto asignó 2.000 pesos mensuales al Vicario Apostólico Paranense (sic).

Esas cifras fueron documentadas en su historia eclesiástica entrerriana, por el investigador Juan José Antonio Segura.

El creador de la Curia de Paraná fue Pío Nono. Por el libro de Juan José Sebrelli, “Dios en el laberinto”, de reciente aparición, sabemos que fue el papa que ratificó el dogma de la virginidad de María, y lo hizo a través de Ineffabilis Deus, una bula que proclamó el dogma de la inmaculada concepción.

El reconocimiento de Paraná logrado por Urquiza y sus hombres de la diplomacia no fue poca cosa, si se considera que Pío IX no le dio curso a reconocer al reino de Italia, justamente por ser él, el último monarca de los Estados Pontificios. Fue el papa que más tiempo estuvo en el cargo, y por eso mismo un profundo mentor del status quo de la Iglesia en la Tierra.

En la enorme cantidad de encíclicas que emitió y entre las que se encuentra la de creación del Obispado de Paraná, se tratan diversos temas religiosos y terrenales.

Por ejemplo, en 1854 emitió su escrito para reafirmar “la prevalencia de la fe sobre la razón y la imposibilidad de salvación fuera de la Iglesia Católica”. Y justo el año que crea la jurisdicción clerical de Paraná, emitió la encíclica “Ad gravissimum” sobre “la necesidad de que la Santa Sede disponga también de poder temporal”.

Algunos dirán que para bien, otros dirán que para mal, lo cierto es que la presencia de la Iglesia en la ciudad marcó la agenda del poder, el curso de los hechos colectivos y determinó políticas públicas.

Cuando se creó el Obispado de Paraná, la ciudad era la capital de la Confederación. Y cuando sucede el otro hecho al que nos queremos referir, la construcción de la Catedral, la ciudad recupera –perdida su status de capital nacional– la condición de asiento del poder político provincial. Es decir que la Catedral se construye cuando Paraná vuelve a ser capital entrerriana.

La Catedral no sólo fue el templo esperado de los católicos de finales del siglo XIX; también fue la obra que deslumbró a la sociedad laica de los liberales de la generación del 80, que entendía que la obra jerarquizaba con su estilo a la ciudad. Era la Catedral de todos. “La carta de presentación de una ciudad que había recuperado la jerarquía de capital provincial en 1883, el mismo año en que se colocó la piedra fundamental del templo”, decimos en Relicario.

Desde entonces, el incesante pasar de carros transportando plintos, frisos y pedestales de mármol creó un ritmo sin descanso.

La Catedral, como templo, estaba fuera de la discusión que ganaba las calles. “Paradójicamente, el mismo templo generaba un sentimiento común, un anhelo nostálgico de infinito unificaba a clericales y anticlericales en un esfuerzo para lograr su terminación. Presidentes, legisladores, gobernantes, intendentes, jueces, obispos, sacerdotes, nobles matronas, profesionales, artistas, vecinos, comisiones especiales, sociedades comerciales –todos– se esforzaron para que la Catedral de Paraná se terminara sin reducir sus dimensiones previstas y sin perder nada de la belleza arquitectónica proyectada”, escribió una investigadora llamada María Elena Gómez del Río.

Como resultado de ese objetivo, Paraná sumó un edificio emblemático casi en el mismo tiempo en que se construían la Casa de Gobierno, el Palacio Municipal, el Parque Urquiza, el Ferrocarril, la Plaza de Mayo, el Plaza Hotel.

Con su irrupción de la Catedral en la realidad urbana, la ciudad pasó a tener una jerarquía política y edilicia acorde a las de mayor desarrollo de la región, como gustaba decir en el momento. No hay dudas de que la libertad de pensamiento se acotó, la religión exclusiva y excluyente intentó borrar todo atisbo de expresión fuera de su agrado. Pero la presencia de la Curia primero, y de la Catedral después marcaron sendos puntos de inflexión urbano que no hay que negar.