11/07/2022 - RETROVISOR. Las imágenes que no pueden faltar de Paraná

La aldea cosmopolita

Paraná fue la capital de un país que se presentaba ante el mundo como una moderna república. Diplomáticos de las principales potencias, intelectuales, científicos, políticos llegaban a esta ciudad que dejaba de ser una aldea para pasar a ser un polo cosmopolita.

Jorge Riani

Paraná tuvo que convertirse en ciudad a los apurones. Fue un pueblito con calles insinuadas, extensos baldíos, zanjones llenos de agua a la que pronto le dijeron que tenía que ser la capital del país. En efecto, fue declarada como la ciudad sede del gobierno nacional por una ley del 24 de marzo de 1854 y hubo que armar rápidamente una ciudad.

Hay un oxímoron que puede definir lo que pasó a ser Paraná: una aldea cosmopolita. Es que era una ciudad pequeñita que de pronto comenzó a recibir a diplomáticos de los países centrales, legisladores del resto de las provincias que conformaban la Confederación, exiliados, periodistas, científicos, artistas.

El reconocimiento del gobierno de Paraná fue obra de Juan Bautista Alberdi, en cumplimiento de la tarea diplomática que le encargó Justo José de Urquiza. Fue Alberdi quien negoció con el papa Pío IX la creación de la diócesis de Paraná, que pasó a abarcar gran parte del mapa argentino. Eso significó un espaldarazo grande para el gobierno.

Fue el triunfo de Alberdi pese a que su viejo amigo Balcarce se paseaba también por los palacios de grandes potencias hablando mal de Paraná y de su gobierno “bárbaro”. Balcarce era ministro plenipotenciario de la sediciosa Buenos Aires, mientras que Alberdi, como se dijo, era el representante de Paraná.

El diplomático que representaba al Estado gobernador por Urquiza negoció condiciones con las potencias, reclamó el reconocimiento de la independencia de la Confederación, facilitó negocios y radicación de servicios de vapores y ferrocarril para esta región, como así también la llegada de inmigrantes y el acercamiento con la comunidad científica. Todo eso hizo que Paraná tomara un protagonismo y experimentara un desarrollo acelerado en menos de una década.

La pequeña aldea tenía seis habitantes y de golpe, convertida en capital de un país, pasó a tener diez mil habitantes. Todo era promesa y penuria en Paraná. Es que había que arreglarse con las enflaquecidas arcas estatales, sin poder contar con Buenos Aires y su poderosísima aduana, que formaba un estado aparte, enemigo y distante.

Alberdi creía que Buenos Aires, como México y Quito, por ejemplo, representaban la vieja sociedad hispánica, mientras que aspiraba a que Paraná fuera la Washington republicana, el nuevo concepto de sociedad que supera la etapa del caudillismo y da lugar a la república moderna.

La pequeña aldea recibió no solo a diplomáticos europeos y americanos, sino también a intelectuales que pronto multiplicaron la actividad de imprenta, de edición de libros y diarios.

Las cartas que Alberdi intercambia con su amigo Juan María Gutiérrez son, además de una delicia literaria, una fuente de documentación interesante para saber qué pasaba en esa Paraná que se despertaba a la vida adulta. Gutiérrez era el ministro de Relaciones Exteriores del mismo gobierno que Alberdi representaba.

El tucumano le escribe desde Europa para reclamarle al ministro que se construyan casas cómodas para los diplomáticos europeos. “No olvide de hacer casas cómodas para los ministros extranjeros, empapelarlas, poner piso de madera, ponerles chimeneas sobre todo. La estufa no es un lujo, es cosa de primera necesidad. Aquí huele a barbarie la falta de cosa semejante”, escribió.

El gobierno contrata a un arquitecto italiano Santiago Danuzio, que fue el responsable técnico de levantar la casa de gobierno y, más tarde, el edificio del Senado, además de la residencia del presidente Urquiza, que ciertamente utilizaba muy poco porque pasaba la mayor cantidad del tiempo en su Palacio del departamento Uruguay.

Con la Confederación en vigencia, Paraná pasó a tener una gran vida social y cultural. La historiadora Beatriz Bosch contó que el teatro 3 de Febrero, creado en 1851, “deparó temporadas de ópera italiana y de comedia española; dos clubes –el Socialista y el Argentino–, bailes y conciertos vocales e instrumentales”. “En el carnaval de 1858 ambos se refunden en el Club Socialista Argentino.

Hacia finales de la segunda década del siglo pasado toda la edificación que corresponde a ese estado soñado y concretado con tanto esfuerzo, llamado Confederación Argentina, fue demolida. Las órdenes vinieron de Buenos Aires, ese estado que rivalizó con este otro truncado a favor de la unión.

De esa época sobreviven, en Paraná, un par de edificios. Eso es historia ya conocida: el viejo Senado, convertido en el salón de actos del Colegio del Huerto, y la casona situada en la acera noreste de la esquina de San Juan y Uruguay. Esa misma arquitectura sí se puede ver en los panteones de época en el cementerio municipal de Paraná, o en Concepción del Uruguay, donde Urquiza tuvo una de sus residencias y donde hoy funciona el Correo.

Por qué debe estar

La foto que muestra el centro cívico de la Confederación debe estar porque habla de uno de los momentos más importante de la ciudad. La Casa de Gobierno, tirada abajo para dar lugar a esa otra extraordinaria construcción, suntuosa y monumental, que es la Escuela Normal, representa ese momento de despegue de la ciudad.

Una ciudad modesta, chica, con las dificultades de estar separada del resto del país por un gran río, pasó a ser una capital nacional. Y también el centro de la actividad política, social, intelectual, científica de una Argentina en la que Buenos Aires no formaba parte.

 

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“Retrovisor” es la sección realizada bajo la idea de contar una historia a partir de una imagen. Fotos, grabados, dibujos son los documentos que ofician de disparador para una crónica histórica. Son las imágenes que no pueden faltar en historia urbana de la capital entrerriana.