08/09/2022 - Educación, inmigración y nacionalidad

Las escuelas idish que contribuyeron a crear la Argentina en el medio del monte entrerriano

El extraordinario proyecto normalista que iluminó a buena parte del continente desde Paraná hallaba, en ocasiones, dificultades por la falta de infraestructura estatal. Fue entonces cuando las escuelas de la Jewish Colonization Association cumplieron un rol fundamental: entre 1908 y 1912 se abrieron 43 establecimientos educativos para colonos. Llevaron educación a las alejadas y precarias colonias y contribuyeron a hacer posible la integración de los inmigrantes.

Jorge Riani

“Una tarde, un vecino de Villaguay trajo la noticia de fiestas próximas. Describió arcos y banderas en la calle de la municipalidad. La noticia se comentó y otro vecino propuso investigar el motivo de la fiesta. No sabían los colonos una palabra de español. Los mozos copiaron pronto las costumbres gauchescas, pero no lograban explicarse con los criollos más de las necesidades ordinarias. Resolvieron, sin embargo, interrogar al boyero, don Gabino, compañero de Crispín Velázquez y veterano del Paraguay. Don Gabino opinó que debía tratarse de una yerra o bien de elecciones. La versión pareció lógica al principio, mas se rechazó después. Por fin, el comisario de la colonia, Benito Palas, fue quien ilustró a los judíos sobre el objeto de los preparativos y en una forma elocuente y rudimentaria explicó al matarife lo que significaba el 25 de Mayo”.

El fragmento recrea, en palabras de Gerchunoff, el modo en que los colonos judíos celebraban la libertad que hallaron en esta tierra y adquirieron su condición de argentino, de igual modo en que lo hacían también inmigrantes de otros orígenes.

En esas colonias entrerrianas germinaron las experiencias asociativistas que luego habrían de florecer en todo el país, como el cooperativismo agrario, con sustento en la solidaridad y la responsabilidad social. De allí también salieron intelectuales notables que se destacaron en las letras, el periodismo, el teatro. Obreros y profesionales que forjaron la provincia donde la maleza, hasta entonces, no dejaba lugar a nada.

Pero no fueron pocos los inconvenientes para adaptarse a un medio caracterizado por costumbres e idioma tan diferentes al de sus orígenes. Cada comunidad tuvo sus obstáculos particulares, a los que se sumaron las ya difíciles circunstancias que implica la inmigración.

En el caso de los inmigrantes judíos la situación no fue de las más fáciles. La brutal persecución al que fueron sometidos en la Rusia zarista los ciudadanos de origen hebreo determinó la urgencia por el arribo a estas tierras. Pero los inconvenientes por sortear no fueron pocos.

Medios

La Jewish Colonization Association (JCA) fue una entidad filantrópica creada el 24 de agosto de 1891 por el barón Mauricio de Hirsh. El objetivo era contribuir a que los países dispuestos a recibir a los judíos perseguidos en Rusia, puedan hacerlo en las mejores condiciones.

“Facilitar la emigración de los israelitas de los países de Europa y Asia donde ellos son deprimidos por leyes restrictivas especiales y donde están privados de los derechos políticos, hacia otras regiones del mundo donde pueden gozar de éstos y los demás derechos inherentes al hombre”. Así declamaba sus objetivos la JCA.

“La transferencia organizada implicaba enormes inconvenientes que no fueron oportunamente calculados, como el apuro por emigrar a estas tierras, la falta de dinero de los inmigrantes, la escasez de sus conocimientos agrícolas, entre otros”, expresó la periodista Mónica Salomón en un artículo publicado en la revista Todo es Historia.

Los datos certifican esa realidad. Sólo 3.444 personas se pudieron recibir en Argentina, pese a los esfuerzos de la JCA entre los años 1891 y 1894.

Un año más tarde, la totalidad de colonos que ingresaron a Entre Ríos con el apoyo de la Jewish Colonization era de 1.834 para trabajar 231.334 hectáreas.

Uno de los principales escollos era la falta de infraestructura. Estaba sí extendido el ferrocarril, por impulso de la gestión de Eduardo Racedo, especialmente. Pero faltaban escuelas y sobraban dificultades.

La situación obligó a la JCA a incorporar un artículo al estatuto de funcionamiento. “Para cada grupo de 100 familias crear una escuela, una cooperativa, un servicio sanitario, un templo, un centro cultural y disponer de un asesor administrativo, técnico y agronómico”, inscribió entre los planes a desarrollar.

La legislación y el amparo constitucional en materia educativa constituían una fortaleza, aunque no más que teórica en aquellos lugares donde el Estado todavía no llegaba.

“La JCA se vio obligada a tomar cartas en el tema e instalar escuelas comunes para los hijos de los colonos, además de establecimiento que enseñan idish, hebreo, tradiciones y costumbres judaicas”, escribió en su investigación Mónica Salomón.

En entrevistas y voces del Archivo de la Palabra, Centro Marc Turkow, se atesoran vivencias de quienes pasaron por las aulas de esas solitarias escuelas. “La Jewish hizo las escuelas porque no había. Había una en cada colonia. Éramos cuatro colonos, hizo aquí la escuela y los que vivían más lejos, a 3 kilómetros venían a caballo o a pie”, testimonió un colono de Lucienville.

Hacia 1908, había en las colonias de la Jewish 3.400 niños en edad de asistir a clases que encontraban su educación escolar en tres establecimientos públicos y 23 privados. La demanda que se canalizaban por las escuelas privadas queda evidenciada en un dato certero: a los establecimientos provinciales acudían 180 alumnos, mientras que a los de la JCA, 1.450 niños. Pero había 1.770 que quedan, ese año, marginados de la escolarización.

La red de escuelas judías se distribuía del siguiente modo: doce en Villaguay, ocho en Uruguay, dos en Colón y una en Gualeguaychú. En total, con el correr de los años se crearon 43 escuelas laicas sostenidas por la JCA y por un aporte anual de 30 pesos por cada colono, según reveló Salomón recopilando datos de la prensa regional.

Contenidos

El idioma constituyó un serio obstáculo para el proceso educativo en una comunidad que hablaba en ruso o idish. Idioma Nacional fue, entonces, una de las materias pilares que incluyeron los planes de estudios.

En el mismo edificio se impartían, a doble turno, clases en castellano y en idish. “A medida que los colonos fueron contratando peones, los hijos criollos concurrían a los mismos establecimientos. Y si lo común hubiera sido que lo hicieran en un solo turno, los niños se quedaban toda la jornada y aprendían también el idish. Por este motivo, aún hoy, en los pueblos cercanos a los que fueron las colonias, es posible encontrar personas no judías que hablaban idish”, escribió Todo es Historia.

En la enorme tarea de sembrar escuelas, nada menos que en la provincia que fue cuna del normalismo, pero que chocaba con la realidad de arcas estatales diezmadas, la JCA propició el arribo de docentes y para eso se dirigió a la Alianza Israelita Universal de París. El plan contemplaba convocar a docentes egresados de la Escuela Normal de París, que sean de origen sefaradí de modo que pudieran comprender el castellano. En verdad, los sefaradíes hablaban ladino –el mismo que se habla también en Grecia– que es muy similar al español.

De ese modo se superó un serio obstáculo y se garantizó la extensión educativa entre las colonias judías de Entre Ríos.

“No había más de tres grados. Yo no tengo más tres grados y en ese tiempo tanto los maestros idishes o los maestros castellanos tenían la intención de que el chico aprenda, no el interés de llegar a fin de mes o de cobrar el sueldo”, narró un colono que pasó por las aulas de una escuela judía.

“Los primeros libros nuestros fueron Paso a paso y El trabajo, en castellano. En idish nos enseñaron a leer y escribir. Nos enseñaban todas las materias que se dan actualmente y la historia argentina. Había maestros buenos y tenían interés en enseñarnos matemáticas”, agregó.

Significación

Las escuelas de la JCA pasaron a integrar la red de establecimientos oficiales, cedidas al Consejo Nacional de Educación, en 1920.

“Cumplieron una importante función. Podemos pensar entonces que estas escuelas complementarias, donde se impartía, por un lado, formación laica elemental y, por el otro, educación judaica, buscaban concretar dos de los componentes de la nueva identidad en gestación: la preservación de la continuidad judía tradicional y el sentimiento de arraigo al nuevo territorio”, evaluaron María Elena Avellaneda y Carina Alejandra Cassanello, dos investigadoras de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Buenos Aires.

“Las escuelas desempeñaron un rol importantísimo en el proceso de integración de las comunidades judías que arribaron a la Argentina, a la sociedad receptora nacional. Dentro del sistema educativo nacional, las escuelas oficiales, en general, y las judías, en particular, desarrollaron un papel socializador central que fue el cimiento del proceso de integración de los colonos al país”. A esa conclusión arriban los docentes mencionados en su trabajo titulado Las escuelas judías en las escuelas agrícolas. El nuevo sujeto educativo inmigrante.

“El esfuerzo inconmensurable de la comunidad judía, a través de sus instituciones –rematan Avellaneda y Cassanello– se sumergió en la formación de hombres que, habiendo podido transportar sus saberes, pudieran ahora, utilizarlos y re-significarlos en la nueva coyuntura. La situación geopolítica que ofrecía la sociedad receptora a sus inmigrantes imponía a los judíos a desempolvar aquellos saberes tan celosamente guardados en la Europa del ensimismamiento”.

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Días de clase en la campiña

Salomón Magrán nació en Colonia Curbelo, en 1918, y vivió su infancia en Las Mosas. Así narró sus días de escuela en la colonia:

La juventud en el campo era muy activa y no sólo en los trabajos agrícolas, ganaderos y avícolas. También culturalmente se cultivaban.

En todos los lugares había escuelas, las dos escuelas: idish y castellana. Había una biblioteca y las salidas eran los sábados a la tarde, que no trabajábamos. Nos juntábamos en la biblioteca.

Para ir a la escuela tenía que recorrer tres kilómetros a caballo. En mi familia había músicos y mi papá creyó que yo podía ser uno de ellos. Me compró un violín. Yo salía de mañana, de un lado llevaba una bolsita de comida; la clásica bolsita de comida, la clásica botellita de leche, la cartera con los útiles de escuela castellana, el violín.

Esta escuela estaba en el límite que dividía Las Moscas de la colonia Rosh Pina. Salía a las siete de la mañana de mi casa y hasta las doce estaba en la escuela castellana y después iba hasta las cinco de la tarde a la escuela idish. Teníamos una hora para comer. Llevábamos carne, arenques, bursch, jalvá.