12/12/2022 - Se despidió Serrat de los escenarios, pero no de nuestras vidas

Se nos eriza la piel y faltan palabras

Joan Manuel Serrat dio su último recital en Argentina. Decidió hacer él, con conciencia propia y con la complicidad de la conciencia de sus seguidores, lo que de otro modo hubiera hecho el tiempo. Y fue un gran acierto haber asumido esa apuesta que requirió, no obstante, del cuidado para evitar los golpazos emotivos.

Jorge Riani

Serrat anduvo durante 53 años yendo y viniendo con su música, su poesía y su testimonio por nuestro país.

Cincuenta y tres años es bastante más que lo que portan en edad cada uno de esos muchachitos y muchachitas que, en una butaca delante de la nuestra, cantan, se emocionan, aplauden, lanzan algún grito y lloran cuando nadie los ve.

En el estadio con nombre de empresa, rodeado por los dos costado por sendos edificios del Club Atlanta, en Villa Crespo, Serrat se está despidiendo. Lo hace en ese estadio que ha llegado con la posibilidad de ganarse un sitial entre los lugares donde la música deja clavada su esencia y deja impregnada de historia el lugar. Como ocurre con el Obras, el Gran Rex, el Luna Park y todos los escenarios que vieron al catalán haciendo lo suyo, que es decir haciendo lo nuestro.

Que Serrat haya llegado a cantar en este estadio nuevo nos lleva a pensar que estamos, seguramente, frente al artista que más conoce de los escenarios argentinos y de esos otros lugares sagrados en momentos en que había que conocerlos. En Argentina, Serrat ha cantado en grandes estadios sin privarse de haber pasado por aquellos lugares donde han bajado los dioses sin ser vistos. Como en las tanguerías de décadas pasadas que reunía a amigos artistas.

El Serrat argentino es uno de los tantos atributos de este gran artista. Se le suma otro, seguramente, que es el mexicano, y otro: el chileno, y otro más: el uruguayo y así con toda Latinoamérica. Ahí nomás tenemos al exiliado, al que desafió a Pinochet, al amigo de Benedetti y Galeano. Porque pareciera que hay muchos Serrat por obra de su personalidad facetada y rica.

En eso de ser muchos y ser uno (en realidad es uno con muchas vidas), Serrat es capaz de jugar de local en Villa Crespo, el barrio porteño donde dio sus últimos recitales. Allí, a unos cientos de metros del Movistar Arena, una estatua mantiene viva la memoria del más célebre vecino del lugar: Osvaldo Pugliese, con quien Serrat también tuvo en suerte presentarse alguna vez para actuar juntos.

Es que el catalán conoce los barrios plateados por la luna, los rumores de milongas por haberlos vivido desde adentro. Un privilegio que le ha dado su edad, su enorme talento, su magnífica personalidad y ese don indiscutible de ser un cantante querible porque como nadie ha dicho lo que queremos siempre decir.

Cantó junto a Pugliese, pero lo hizo también junto a Rivero y Troilo. De Mercedes Sosa a Soledad Pastorutti, este cantautor puede entonar a los acordes y las letras de los hermanos Expósitos e invitar a subir al escenario a Lali Espósito. Y nunca, por variado y cambiante que fuera el contexto, nunca, Serrat deja de ser ese cantante completo, digno, comprometido, en fin, genial.

Las credenciales de pertenencia con Argentina son asombrosas en este artista que reconoce como un maestro inspirador a Atahualpa Yupanqui.

Decimos esto para tratar de palpar la trascendencia de este cantante, la trascendencia también de su despedida. Se bajó de los escenarios un grande de verdad, de esos de los que surgen muy de tanto en tanto.

En la despedida, Serrat repitió la fórmula que nunca le falló. Y en el colmo de la ratificación de esa fórmula, el recital de despedida fue quizás uno de los mejores de toda su carrera.

Cantó tres horas exactas. No fue necesario reclamar ningún bis porque parece que el artista no se quería bajar del escenario y nadie quería que lo hiciera.

Siempre apeló a una fórmula sencilla, pero sincera y profunda a la vez: entrar despacio al escenario, consciente de estar siendo un bocado delicioso para su público. Brazos colgando casi por delante del tronco, sobriamente vestido, saludando, entornando los ojos como si buscara a alguien entre el público, contestando con rapidez algún grito lanzado. Así lo ha hecho una y otra vez, y así lo hace ahora, en su último recital en nuestro país.

Si el trovador, como dice Silvio Rodríguez, combina tres elementos: música, poesía e historia, en Joan Manuel Serrat esos tres componentes se hacen presente en magnitudes magníficas.

Escuchamos en su cantera destellos que parecen inspirados en la poesía del Siglo de Oro. En “Pueblo Blanco”, por ejemplo. Pero también hay en esa cantera lo que dejaron otros meteoritos que impactaron de lleno contra el planeta Serrat: Miguel Hernández, Federico García Lorca, Antonio Machado, los poetas de la Edad de Plata.

Parece inquietantemente imposible que pudiera generarse otro planeta Serrat porque las condiciones que lo crearon ya no están entre nosotros. Incluso porque faltan las que felizmente faltan: la dictadura de Franco, por ejemplo, su gran perseguidor que ha permitido conocer al Serrat histórico, al militante, al comprometido, al valiente. A un precio alto, sin dudas.

La dictadura franquista que persiguió, encarceló, expulsó y asesinó a los poetas de la Edad de Plata, también persiguió a Joan Manuel Serrat. Ahí está el elemento histórico del trovador que decidió pagar con exilio su decisión de cantar en catalán para rabia del dictador y crecimiento de su dignidad.

Serrat es poesía y es también testimonio. Lo ha sido también en  toda Latinoamérica, y por eso mismo el criminal Pinochet no lo dejó tocar en Chile. Todavía se pueden encontrar algunos videos donde Serrat acompaña con canciones y mensajes el reclamo por democracia en Argentina, en momentos en que la etapa de las torturas y desapariciones no había cesado aún.

Cuando el neoliberalismo comenzaba a oscurecer el mundo, nuestro artista cantaba su denuncia. “Algo personal”, “A usted”, “A quien corresponda”, “Disculpe el señor” son contestaciones a ese tiempo. 

Todo eso sin renunciar a ser un escritor completo y capaz de sacar poesía de una escena cotidiana y de aparente carácter ordinario, como en “De vez en cuando la vida”.

Serrat nos ha dejado frases a las que podremos apelar para ilustrar momentos de nuestras vidas, pero también para sintetizar situaciones con las que nos encontremos. Sabemos por él que nunca es triste la verdad, que lo que no tiene es remedio.

La selectividad quirúrgica de la memoria también puede deparar poesía para el catalán: “Los recuerdos son cada día más dulces; el olvido solo se llevó la mitad y tu sombra aún se mete en mi cama, en la oscuridad, entre mi almohada y mi soledad”.

Esta no es una crónica del último recital de Joan Manuel Serrat, sino un intento desordenado por tratar de dimensionar lo que ha venido a despedirse.

Serrat se ha bajado de los escenarios y ha anunciado que seguirá jugando al juego que mejor juega y que más le gusta: vivir. Vivir. Lo que no es poco para un poeta que nos ha contado y nos ha cantado la vida del mejor modo posible.