El ex gobernador entrerriano Sergio Urribarri llegará a un mundo de extrema complejidad para representar al Estado argentino. De ese modo suma su nombre al conjunto de entrerrianos que cumplieron funciones similares en lugares de relevancia diplomática a lo largo de cien años de historia. Su misión será la de limar asperezas entre el país hebreo y la Argentina peronista. Aquí, un repaso sobre ese mundo complejo donde, además, muchos entrerrianos encontraron su lugar.
Jorge Riani
En el año 2009 leí “Un descanso verdadero”, de Amos Oz, siguiendo la recomendación de Claudia Rosa, esa investigadora imprescindible de la que hemos tenido que aprender a prescindir porque la muerte temprana y absurda decidió arrebatárnosla.
Claudia me había sugerido suspender temporariamente la lectura de ensayos y volcarme a la literatura si quería profundizar sobre Medio Oriente, Israel y los pueblos árabes. No se equivocó porque pude entender algunas cuestiones de la vida cotidiana de un mundo al que apenas conocía por relatos, libros, comentarios, documentos políticos, biografías. Es decir, un mundo que no conocía y que creía conocer.
De cualquier manera nunca hay que entusiasmarse demasiado con creer que a ese mundo se lo conoce bien. Medio Oriente es de una complejidad intensa y particular.
Os, que murió hace exactamente un año sin poder ver concretado el sueño de muchos de sus lectores de ganar el Premio Nobel de Literatura, para el que estuvo candidateado varias veces, plantea en su libro las vivencias, con sus tribulaciones y vicisitudes de dos jóvenes: uno que vive en un kibutz y pretende huir de un estilo de vida que considera claustrofóbico, y otro que quiere dar rienda suelta a su idealismo y se entusiasma con esas comunidades inspiradas en el socialismo sionista.
El primero de esos jóvenes tiene un apellido muy del Litoral argentino, muy entrerriano y santafesino: Lifschitz. Es que Israel tiene trasplante poblacional de entrerrianos de un modo asombroso. No debe haber otro lugar en el mundo donde haya tantos paranaenses, tantos entrerrianos, tantos argentinos viviendo, sin que ese lugar sea la Argentina.
El escritor exhibe una realidad que resulta extraña al conocimiento de los lectores de esta parte del planeta. ¿Un muchacho que toma su ametralladora como si fuera un morral y va a la luz del día por donde los lleven sus zapatos? ¿Un pueblo árabe donde antes habitaba una familia y que luego quedó convertido en una tapera bajo bandera israelí?
La literatura puede mostrar cosas incómodas de aludir para los ensayistas.
Comencé leyendo “Un descanso verdadero” sentado en la plaza de General Campos, donde había llegado acompañando a entonces ministro urribarrista Roberto Schunk. De esa localidad me llamó la atención la presencia judía, expresada más que nada en una céntrica sinagoga, como uno espera verla sólo en el centro de la provincia.
En el acto oficial que se desarrollaba allí, estuvo el gobernador Urribarri porque, claro, era la ciudad de la que había sido intendente, donde dio los primeros pasos en la vida política.
Estaba en medio de ese viaje de trabajo –justamente– cuando recibí el llamado de Cristina Ponce, que en ese momento era coordinadora del INADI en Entre Ríos, para darme una noticia que no esperaba pero deseaba escuchar: habíamos sido seleccionado, ella y yo, para acudir al seminario anual de la Escuela Internacional para el Estudio del Holocausto, que organiza Yad Vashem, la institución oficial israelí constituida en memoria de las víctimas del Holocausto.
Y allá fuimos para descubrir que ese mundo es, efectivamente, otro mundo. Y para reencontrarnos también junto a tantos paranaenses que uno nunca había olvidado, ya convertidos en israelís, que ahora suelen alternar sus mates con burekas y cosas así. Paranaenses volcados a una mixtura cosmopolita.
En el seminario conocimos a un intelectual formidable que es también entrerriano-israelí, Leonardo Senkman, a quien entrevisté para El Diario en el hall de un hotel donde decenas de mujeres ataviadas de un modo antiguo no paraban de desplegar ruidosos aspavientos religiosos mientras nuestro intelectual nos explicaba que si algún día Israel logra acordar la paz con sus vecinos, quedará una tarea no menos dificultosa de llevar a cabo: lograr sortear las diferencias, las disputas, entre el mundo de religiosos ortodoxos y el israelí laico y moderno como el propio entrevistado.
Esa imagen de Senkman hablando distendidamente con un periodista entre mujeres que parecía solo escuchar la palabra de YHVH expresa gráficamente la complejidad de ese mundo al que ahora la Argentina enviará a un ex gobernador entrerriano como embajador.
Senkman nos dio clases en la Universidad Hebrea de Jerusalén, donde seguramente también debe haber enseñado cómo Entre Ríos conoció esa experiencia, como Israel, de organizar su vida en sociedad en las colonias, entre tareas agrícolas y conceptos políticos. Entre Ríos con las colonias judías, Israel con sus kibutz.
Y con relación a “Un descanso verdadero”, ese libro que comencé a leer en General Campos, lo terminé de leer en Jerusalén entre las últimas horas del 23 y primeras del 24 de julio de 2009, según inscribí en la página en blanco que antecede a todo libro. Cuando llegué a la página 457 supe que ese mundo tan extraño, pintado por Amos Oz, era tal cual se lo puede ver en las calles, en las rutas, en los barcitos de la zona de la tajaná, con rabinos retirados que pasan sus días tomando cerveza y confraternizando entre pares más bohemios que místicos.
Sergio Urribarri va a desarrollar una tarea harto importante a ese mundo que se erige como capital espiritual e histórica de las tres grandes religiones abrahámicas: judaísmo, cristianismo, islamismo. Un mundo que es, además, una cuña moderna en Oriente próximo, con una de las economías más sólidas del planeta.
Israel siempre estuvo cerca para los entrerrianos. Desconocida pero cerca al punto que, por caso, El Diario, de Paraná, contó con un par de corresponsales en las décadas del 50 y 60, y un enviado especial para cubrir el juicio al jerarca nazi Adolf Eichmann.
Como Hannah Arendt oficiaba de cronista para The New Yorker, nuestro Silvano Santander lo hacía para El Diario, de Paraná. Se trata del mismo que investigó las células nazistoides en Entre Ríos y las denunció desde su banca en el Congreso de la Nación.
Cuando se desarrollaba el juicio contra Eichmann, en el mástil que aún existe sobre el rosedal del Parque Urquiza apareció izada una bandera israelí profanada con una esvástica pintada con aerosol negro. “Vuelven vientos de fronda, y entre ellos se agita este paño soberano tristemente agredido”, escribió El Diario luego del párrafo que daba la noticia. Interpretaba el pie de foto al contar que en ella se ven dos policías entrerrianos que se disponían a “arriar el pabellón enarbolado en son de afrenta por una mano anónima y una intención deplorablemente estúpida”.
A ese mundo que genera pasiones encontradas en el resto del planeta va Urribarri para desarrollar una tarea política delicada: reconstruir la relación bilateral que supo de asperezas luego del Memorándum con Irán, la muerte del fiscal Nisman y la barajada posibilidad de excluir a Hezbollah del registro de organizaciones terroristas.
Urribari tiene la posibilidad de hacer un trabajo valioso y de sumar su nombre al conjunto de entrerrianos que debieron asumir cargos similares en lugares centrales del planeta.
Antes que él, el ya mencionado Silvano Santander fue embajador en México durante el mandato presidencial de Arturo Illia. Mucho antes, el dirigente conservador Pedro Radío fue embajador en España y, como tal, recibió a Eva Perón y la llevó a que una multitud de madrileños se concentraran frente a la Embajada para saludar a esa mujer que llegó con un barco cargado de comida.
Más acá en el tiempo, otros entrerrianos tuvieron la máxima representación argentina en el exterior. Carlos Perette en Uruguay, durante la Presidencia de Raúl Alfonsín; Emilio Lafferriere en España, en la gestión de Fernando De la Rúa, y en tiempos de dictadura Jorge Washington Ferreira también en el país ibérico.
El antecedente más cercano fue el de Raúl Taleb en Cuba, el diamantino puesto en la isla caribeña por Néstor Kirchner y sacado por él mismo cuando encontró al embajador responsable de la controversia que se generó entre ambos gobiernos a partir de la actuación que tuvo en el caso de la médica disidente Hilda Molina.
En la vida diplomática no hay posibilidad de equivocarse. Un error puede ser irreparable o delicado y mucho más si el mundo es de tal complejidad como lo es Israel.
Sergio Daniel Urribarri, el Pato, ya prepara su traje de embajador y una kipá para hacerse un entrerriano más entre los israelíes. Una misión delicada lo espera.