21/02/2020 - Murió esta semana

Fermín Garay, el ministro que le puso rostro a la última gestión radical

Fue el ministro que llegó a la última gestión radical para cumplir un rol que lo desempeñó muy bien: descomprimir la tensión social. En una Argentina convulsionada, en medio de una crisis descomunal, Fermín Garay escuchó a todos los sectores y le puso rostro a la gestión montielista.

Jorge Riani

“La escucho con mi corazón”. Esa fue la respuesta que Fermín Garay le dio a una maestra que le recriminó a viva voz por la situación salarial en plena crisis del gobierno de Sergio Montiel.

Garay murió el anteúltimo martes de este mes de febrero, luego de haber pasado años y años padeciendo la enfermedad de Parkinson.

Su nombre está ligado a la última gestión de gobierno radical. Una gestión que tuvo claroscuros muy  marcados, donde los oscuros fueron muy oscuros y los claros quedaron opacados por la brutal jornada del 20 de diciembre de 2001, donde tres personas fueron asesinadas por la represión policial.

Hay que decirlo con claridad: Fermín Luis Garay, que era ministro de Gobierno, habita en la parte más clara de la gestión. De hecho, su ingreso como titular de la cartera política se produjo como consecuencia de las presiones sociales que recibió la gestión montielista luego de que su antecesor en el cargo, Enrique Carbó, no sólo haya sido quien dispuso la represión que terminó con tres jóvenes vidas, las de Romina Iturain, Eloisa Paniagua y José Daniel Rodríguez, sino que luego la bancó con actitudes como la de felicitar a los uniformados.

Para cuando se cumplió un año de la fatídica jornada, el ministro ya era Garay. El clima era otro. La actitud de la autoridad fue muy diferente. Y por eso, en la realización de la marcha a Casa de Gobierno que hicieron sindicatos, partidos de la oposición y militantes sociales, el ministro Garay dispuso que no haya ningún policía a la vista.

La idea era descomprimir, aflojar la tensión. La manifestación se desarrolló con tranquilidad y Garay estuvo a al atura de entender qué quería la sociedad: expresar su rabia por lo que había ocurrido un año antes, bajo la batuta de Carbó.

Los sueldos se atrasaron, el dinero se escurría de las manos por obra de las devaluaciones que marcaban, en todo el país, el ritmo de la crisis social. Y en ese contexto, Garay aportó algo que hasta entonces no había ejercido el gobierno de Montiel: el diálogo, el hecho de dar la cara y escuchar.

Hubo trabajadores que se encadenaron para reclamar y allá iba Garay, a hablar con ellos. Cuando aquella maestra le expresó su molestia, entendible y enérgica, Garay le contestó “con el corazón”. Era llamativo verlo el cuadro: un cordón de personas le cantaba las cuarenta a la gestión y el ministro iba, uno por uno, escuchándolos.

En Garay encontraron un oído también los trabajadores despedidos del frigorífico de Santa Elena, los pastajeros de esa ciudad y los colonizadores sin tierras propias. Justo todo un sector al que el montielismo, hasta entonces, no escuchaba.

Cuando la crisis política, derivada de la crisis social golpeó a la gestión de Sergio Montiel, Garay hizo lo que mejor le salía: daba la cara.

Frente al intento de juicio político, se presentó en plena Cámara de Diputados a la que ni los legisladores montielistas, casi, se animaban a entrar.

El recinto era un hervidero. La bronca llenaba todo el aire, y Garay se presentó para dar garantía de seguridad. Era raro verlo: un hombre ya de edad, afectado por la lentitud del Parkinson, avanzó sobre la adversidad de los opositores y dio la cara. Pasó a ser la cara de un gobierno sin rostro hasta que él arribó al gabinete.

Además de desocupados, despedidos, personas desesperadas, en ejercicio de su ministerio, Fermín Garay recibió a las trabajadoras sexuales de Ammar, a los estatales que se identificaban con el peronismo y a cuanta persona o sector hubiera para decirle o reclamarle algo al gobierno.

Era evidente que tenía voz propia y decisión. No era de esos funcionarios que hacían las cosas pensando en cómo las querría Montiel. Hacía lo que creía que había que hacer.

Pero fue un férreo defensor político del caudillo radical. Como dijimos, uno de los que bancó públicamente y con argumentos políticos y jurídicos a su gobierno.

Su lealtad a Montiel quizás estuvo inspirada en la similar lealtad que su padre, Fermín J. Garay, tuvo con el gobernador Enrique F. Mihura, del que fue ministro de Hacienda.

El viejo Garay fue uno de los que resistió el golpe militar, encerrado en Casa de Gobierno, acompañando a Mihura cuando llegaron los militares fascistas del ’43.

Casi 60 años después, su hijo, Cuqui Garay, advertía a quienes querían destituir a su gobernador: “Si van a matar al radicalismo quiero morir de pie”. Claro que la situación era diferente: huelga decir que no es lo mismo un golpe de estado que un juicio político. Pero los ministros Garay acompañaron hasta lo último a sus gobernadores.

Fermín Cuqui Garay fue abogado de El Diario durante muchas décadas. Y tenía también gran ascendencia sobre un hombre de carácter temible y fuerte, como fue Arturo J. Etchevehere. Pero ante él se atrevía a decir que a los trabajadores había que pagarle lo que le correspondía cada vez que había un despido. Es decir que no fue un leguleyo de la patronal. Era sí un abogado de la empresa editora.

El filósofo Gustavo, que murió en la misma semana, solía contar, con admiración, que Cuqui era una de las pocas personas que conocía que había leído y estudiado al dedillo El Capital, de Marx.

Tenía una destreza envidiable en el deporte lento de movimientos pero de exigencia cerebral, es decir, ideal para él: el ajedrez. Jugó con el mismísimo Bobby Fischer y llegó a complicarlo un par de veces.

La muerte de Fermín Garay y la inmediata de Gustavo Lambruschini constituyen pérdidas de los exponentes de una generación que dio notables intelectuales y militantes.