21/02/2020 - Ha muerto Gustavo Lambruschini

Paraná pierde a un hombre sólido y dorado

No habrá ninguno igual, no habrá ninguno. Murió el filósofo entrerriano, nacido en Rosario y crecido en el mundo moderno, Gustavo Lambruschini.

Jorge Riani

La muerte de Gustavo Lambruschini es una tragedia para la provincia de Entre Ríos. Para la Argentina. No es exagerado decirlo. Es una tragedia porque Lambruschini era un hombre brillante, un intelectual que cumplió a rajatabla con el propósito de molestar y hacer pensar. Y es también una tragedia porque representaba, como pocos, quizás como nadie en esta ciudad, una especie en extinción en la jungla urbana, en una Argentina que hace ya muchas décadas se ha empecinado en opacarse.

Lambruschini seguía brillando como si la Argentina fuera aquel mismo país donde él logró graduarse en su universidad insigne con un promedio apenitas unas décimas por debajo del diez. Esto último es una anécdota que no lo describe ni alcanza para definir su perfil frondoso y rico.

Gustavo vivió y murió siendo un joven brillante. Era el más joven de su generación y el más joven de las generaciones siguientes.

A los 70 años mantenía abierta su reserva inagotable de energía, entusiasmo, rebeldía y de compromiso envidiable con las causas colectivas, aquellas que beneficiaran a los débiles.

-Che, usted sabe que me voy a morir, ¿no? –le dijo a alguien en medio de una charla animada, como si nada, pero como si fuera, a la vez, un dato para tener en cuenta.

Nació llamado a ser un cheto de Paraná, con rugby, campo, dinero, apellido y pinta, pero prefirió ser un intelectual comprometido. Era un hombre culto que se conmovía con las causas populares. Era un notable filósofo de izquierda.

Sus días podían estar hechos del Teatro Colón, pero también de pañuelos verdes y naranjas. De clases y de asados eternos, regados y hablado. De manifestaciones y de fiestas. De viajes y de libros.

Iba a todos los programas de televisión y de radio a los que era invitado. Sus entrevistadores fueron, casi siempre, sus alumnos y alumnas en la universidad pública.

Era un irreverente ilustrado, un polemista que no perdía el humor. Tenía una generosidad intelectual notable porque convidaba sus conocimientos, colaboraba siempre en la tarea de desentrañar la actualidad y se interesaba por la producción y el trabajo de los otros.

Era un hombre de antes, pero de ahora también. Un caballero y un tipo capaz de irse a las manos con un facho prepotente.

Tenía como detractores a quienes no hacían más que engrandecerlo cuando lo criticaban por sus ideas modernas, avanzadas, democráticas, sociales, culta.

Su muerte causa un daño irreparable en el conjunto, al tiempo que su legado, el que dejó en sus alumnos, sus oyentes, sus disfrutantes, es enorme.

El problema de que mueran personas de este tipo, además, claro, del dolor de sus gente, es que, muere con él una práctica social consiste en… en ser como era Lambruschini.

Lambruschini era sólido y dorado.

Sus antejos, sus pelos, su piel, sus palabras eran de color dorado.