En recuerdo de la fecha en que se publicó un diario de la revolución anticolonialista, se celebra hoy el Día del Periodista. Agitar contra la convivencia, sembrar la indignación general para devaluar al poder público, son viejas formas reeditadas bajo la denominación de “periodismo”.
Jorge Riani
El Día del Periodista llega siempre como una oportunidad para reflexionar y sentir aunque sea un poquito de sonrojo gremial por una serie de prácticas arraigadas en los medios.
Nadie pide que uno se haga cargo de los que otros hacen. Pero una forma de autocrítica nos permitiría ver que el periodismo que se consume en la provincia, casi de forma exclusiva, no es más que la acción bélica de los medios porteños, mientras en Entre Ríos el periodismo desaparece como trabajo y se apaga como oficio. Ya casi nadie vive de un recibo de sueldo, legal, blanqueado, acordado en paritarias, definido en el convenio colectivo.
Hace una semana, la Justicia avanzó en un acuerdo con un diputado-sindicalista imputado por enriquecimiento ilícito, amenazas, negocios incompatibles con la función pública, a fin de que devuelva una mansión de 720 mil dólares en la zona más cara de la provincia.
Ese expediente judicial se inició por una nota firmada por este periodista hace ocho años.
Esa nota no es posible hacerse hoy: los periodistas se encuentran sobreviviendo, muchos medios cerraron y la grieta también afectó a la comunidad, por lo que, hay que decirlo, hay periodistas que están en veredas diferentes del complejo problema de los medios y sus objetivos.
Hoy es casi imposible escribir aquella nota de hace ocho años. Al menos para este periodista.
La fecha resulta una buena ocasión para pensar qué papel cumplen los medios de comunicación en la construcción de la democracia y de los valores que tiendan a anhelos declamados que nunca se terminan de alcanzar: equidad, justicia y otras cosas que no sabemos si mencionarla porque en la primera de cambio, un grupo de indignados hacen propia y agitan contra la democracia.
Pasó con la palabra “república”, que miles de personas empezaron a blandir como si alguna vez les hubiera interesado mayormente. Más aún, como si supieran de qué se trata.
El país que votó graciosamente a Menem, de pronto, se indignó por cosas a las que jamás les prestó atención.
¿Madurez? Seguramente no. La indignación abonada con noticias tan sesgadas que podrían caberles el mote de fake news, es un logro de muchos medios masivos del país dominante.
Uno puede llegar a visitar a la octogenaria madre y verla dolida, amargada, angustiada, irascible, loca por lo que dijo un tal Leuco. Leuco -el que le escribió una carta al Papa donde le enseña a ser Papa y a Messi para explicarle cómo jugar al fútbol- es rico gracias a intoxicar con odios y fobias las cabezas de millones de viejos y no tan viejos.
El nombre de ese periodista es para ilustrar un modo al que se han entregado muchos otros hombres y mujeres de la prensa porteña de alcance nacional.
En los últimos días estuvieron agitando en contra de la cuarentena porque alguien decidió que era el momento de hacerlo. Es un ejemplo del momento. Mañana será otra cosa y pasado otra.
Alberto Fernández pronto le romperá el corazón a millones de argentinos y de eso se encargarán los grandes grupos de medios. No importa lo que haga, ni si el presidente es Fernández o François Miterrand.
En la historia de la Argentina políticamente moderna, es decir desde 1914, con interrupciones largas de antigüedad en cada golpe, los medios libraron un puñado de batallas que han dejado como resultado la división argentina que ahora se llama “grieta”.
Las guerras mediáticas han sido libradas por alianzas de medios, aunque siempre se ha identificado al atacante con el nombre del grupo más conocido, el más fuerte, el más rico, el que más intereses tiene por fuera del papel y la tinta, y por fuera también de la honestidad intelectual.
Crítica golpeó contra Yrigoyen. La Prensa contra Perón. Los medios de Jacobo Timerman contra Illia. Clarín era un general sin guerra porque quiso hacérsela a Alfonsín y lo batió sin mayores problemas. Nunca había librado batallas de desgastes porque la táctica de sus inicios era reconvertirse sin el más mínimo atisbo de dignidad: peronista, antiperonista según el año.
Ahora se le pone el nombre de Clarín a la guerra porque es el general más fuerte, con todos sus productos; en especial con TN.
Los diarios cada vez trabajan menos el argumento, quizás porque han evaluado que tiene más efecto el brulote que la razón. Por eso se hacen cada vez más frecuentes las elucubraciones de grandes pensadores como Luis Majul, Miliky Milei, Angel Pedro Etchecopar y personajes por el estilo. Pero también los periodistas “serios” hacen su trabajo en ese sentido, como Daniel Santoro, que publicó cosas por el peso de su título, sin reparar en que otros diarios habían rechazado por flojito de papeles lo mismo que él daba como “Informe especial”.
Parece difícil que pueda lograr legislarse la ética. Lo intentaron las agrupaciones como Fopea, que por años ha gerenciado, precisamente, Santoro, socio en la pirámide invertida de Marcelo D’Alessio, cuyo prontuario huelga que mencionemos por conocido ya.
Se les ha exigido a los militares que hagan mea culpa por la catástrofe nacional que dejaron después de su aventura de muerte y picana. Se les ha exigido a los curas argentinos que reflexionen y digan algo sobre la colaboración de la cúpula clerical con la dictadura y a los curas del mundo sobre las violaciones y vejaciones a menores de muchos de sus prelados. Las contestaciones han sido aisladas, nulas o insuficientes según el caso, pero se les ha exigido socialmente un pronunciamiento a cada uno de esos sectores.
Lo que no se ha escuchado todavía es a algún directivo de un medio de comunicación que mire para adentro y cuente qué ve.
En muchos lados del mundo se ha visto que los medios de comunicación son una pieza clave para voltear gobiernos. Si el mandatario tiene algo turbio, bienvenido. Si no, se busca hasta encontrar o se encuentra sin hallar.
A un gobernante lo pueden echar por sus mejores cosas, pero valiéndose de sus peores cosas. Si las hay, mejor, si no, como Santoro hablando de cuentas en el exterior, se publican igualmente.
Las fe de errata, que desde luego no alcanzan para revertir una campaña de erosión y el fomento del malestar general, han sido abolidas. ¿Alguien vio en los últimos años alguna fe de errata o aclaración en algún diario?
Esto que describimos habla del país desigual porque entre los periodistas de provincia otros son los problemas.
Muchos periodistas han quedado para dar los datos del tiempo, y muchos otros han sido arrojados violentamente contra la precarización, en negro, sin obra social, sin nada de lo que indican aquellos viejos papeles llamados convenio de trabajo.
Hay excepciones. Digámoslo para evitar el reproche de algunos periodistas que trabajan con la melancolía anticipada, ganándole tiempo a la desaparición del oficio.
El reemplazo del periodismo por prensa o propaganda que se dio hace unos años en esta provincia también dejó el tendal de deterioro a su paso.
No es cierto que el periodismo en tiempos de organización nacional era sólo tribuna de ideas. También había investigación, denuncia, si tuviera que haberla. Alcanza con leer a Olegario Víctor Andrade para confirmarlo.
Andrade cuestionó al poder centralista y el deterioro del interior hace 150 años. Hoy tendría mucho para decir también.