Nació y creció en Uruguay. Se casó en Alemania con una poeta paranaense. Era escritor, periodista, traductor y un lector voraz que llegó a tener una de las principales bibliotecas latinoamericanas particulares en Europa. Se llamó Tomás Stefanovics y honró la vida durante casi 86 años. “Revista Contexto” lo recuerda con esta nota, en el día de su funeral.
Jorge Riani
Belfortstraße 4, München. Hay allí un conjunto de departamentos amplios, luminosos, construidos con materiales nobles, como lo expresan las maderas amplias de las aberturas. La cara común del racimo de viviendas es una fachada con estilo señorial, similar a los frentes de los palacios ducales de la región. Pero no es un palacio ducal lo que hay detrás de esa fachada. Es un consorcio de viviendas compartiendo un patio interno y un sótano poblado de lavarropas a monedas.
Los pasillos con pisos en damero azul y blanco serpentean la extensión de las seis plantas. Una escalera de hierro trabajado y pasamanos de madera lustrada recorrer toda la extensión y hermana cada departamento. En el primer piso, la puerta de uno de esos departamentos exhibió, durante muchos años, con un orgullo expresado en brillo, una placa pequeña de bronce que daba pistas sobre su morador: “Dr. Stefanovics”.
La casa de Tomás Stefanovics fue un refugio de cultura para todas las culturas. Allí vivió este escritor uruguayo, abogado por mandato familiar, estudioso de la filosofía, docente en institutos de Baviera y exquisito contertulio en embajadas latinas que recibían con honores de estado a sus poetas, sus escritores, sus intelectuales de paso por Alemania. Él estaba allí, oficiando de receptor cultural, si a esa región alemana llegaba Carlos Fuentes o Roberto Bolaño.
Tomás murió días antes de cumplir los 86 años y su funeral -sobrio por decisión y no por pandemia- se realizará este lunes en el cementerio de la capital bávara. Honró la vida y se despidió también honorablemente, junto a su compañera Dorita, que en una sociedad acostumbrada a institucionalizar a las personas en los momentos más difíciles, eligió que se quede en casa, a su cuidado.
“Belfortstrasse cuatro, en Munich; cerquita de la estación de trenes”. Así indicará, también durante décadas, el boca a boca de viajeros latinos que buscaban un refugio amistoso, cándido, bello y, si lo hubiera, con un cosmopolitismo expresado en su barcito interno, en el escritorio del dueño de casa, repleto de papeles, posters y credenciales de prensa, y en millares de libros que revistan, con infinitas historias, las paredes de la vivienda.
Ese lugar existió y muchos poetas, escritores, artistas pasaron por allí, hicieron de esa su casa. Ese lugar fue Belforestrasse cuatro.
La visita
Hace treinta años, dos periodistas de El Diario (Paraná) llegaron al lugar por recomendación de una funcionaria del Consulado argentino en Düsseldorf. Uno de esos periodistas firma esta nota. Uno de esos periodistas (el mismo que firma) perdió su pasaporte y debió acudir a una tarjeta personal con los datos de un diplomático argentino al que se podía acudir en caso de necesidad.
El periodista que perdió su pasaporte logró la documentación en tiempo express, con fotografía tomada en una cabina a la que hubo que darle de tragar una moneda de dos marcos.
Los periodistas tienen la suerte de dormir en lugares que no podrían pagar y también de saltarte algún casillero de la burocracia cuando llega la urgencia.
Pasaporte nuevo y una recomendación fueron el fruto de esa tarjetita personal. “Si van a ir Munich, pueden vivir en la casa de Tomás. Belfortstrasse cuatro”. Esa frase fue el abrepuertas frente al paraíso.
El departamento tenía un paredón ciego en toda la extensión de uno de sus laterales. Al frente del paredón, pasillo mediante, se abrían espacio el living, el comedor diario, el escritorio, el baño y tres amplios dormitorios. Todas las paredes, todas menos las del baño, habían sido conquistadas por las amplias bibliotecas.
Los periodistas llegaron al lugar en la primavera de 1992. Tomás los recibió con entusiasmo movedizo. Una alegría creció en en el encuentro con una coincidencia hallada: “mi novia nació en Paraná, también”, celebró el anfitrión.
A las horas, Tomás estaba de viaje rumbo a un vecino pueblo alemán, donde vivía por entonces su amor, la poeta Dorita Puig.
Los periodistas quedaron viviendo en la casa del hombre culto que habían conocido algunas unas horas antes. Todo lo que había en aquel mundo invitaba a prolongar la pausa y descansar de las estaciones de trenes.
Los días pasaban entre libros, bebidas, humo y comidas improvisadas. La vida se mostraba muy radiante.
Se puede contar todo esto, como cualquiera de las muchas historias que albergó ese departamento abierto de modo tan intenso, tan generoso. Hubo escritores y escritoras que pasaron por allí, dejando historias que deberían ser contadas antes que esa que hoy traemos.
Pero traemos estas porque somos nosotros.
Lo decimos así: esta es una -solo una- de las tantas historias de la solidaridad con la que Tomás honraba la fraternidad latina. Allí pasaron escritores, como Ernesto Cardenal, que aparece junto a Tomás en la fotografía central de esta nota.
Seguramente, con distinto tonos expresivos o sin él, muchos se sorprendían a ver la casa repleta de libros. Era la casa de los libros. No había más espacio para libros en esa casa. Pero la biblioteca no iba a detener su frenético crecimiento.
Belfortstrasse 4 fue, años más tarde, la casa de Tomás y Dorita.
El matrimonio alquiló un departamento sólo para la biblioteca, que pedía a gritos emanciparse hacia un lugar más amplio.
Hoy, la biblioteca de Tomás, bajo la custodia de Dorita, cuenta con 22.000 ejemplares, y es uno de los tesoros más grandes de literatura latinoamericana en Alemania. Pero como en la cultura Stefanovics, en esa biblioteca hay de todo y en muchos idiomas.
Tomás era traductor y hablaba castellano, alemán, inglés, francés, italiano, portugués, ruso y se defendía bien en latín y griego.
Arrancaba cualquier frase, en el idioma que fuera, con la expresión “tu”. Era esa una singularidad, una especie de firma personal con la que ilustraba sus parlamentos. ¿Un rasgo uruguayo volcado a cualquier idioma?
Escritor, crítico literario, periodista, editor de revistas culturales, corresponsal, traductor, voluntario en zonas de catástrofes, profesor de idiomas, esposo de Dorita Puig, Tomás Stefanovics fue el amigo culto y cosmopolita con el que todos los que los conocieron querían reencontrarse en cualquier punto del planeta.