19/09/2020 - Memoria

La escalofriante sacralidad del mausoleo franquista

Un periodista entrerriano cuenta la sensación de escalofrío y gélido terror que provoca ver en medio de la nada, como si nada hubiera pasado, un mausoleo en el que se pretendió eternizar la póstuma presencia del dictador Francisco Franco en España. El Valle de los Caídos no es otra cosa que la monumental alusión del terrorismo de Estado en la península, pero con inicial pretensión de homenaje. Esta semana se conoció que el gobierno español intentará, por fin, saldar la deuda de justicia contra los actores de una dictadura que asesinó a mansalva, persiguió y entronizó el oscurantismo durante décadas. Lo que sigue es una nota que reflexiona sobre el ingreso al jardín de la memoria al que parece estar dispuesta una España que sigue esperando justicia.

Federico Malvasio, para Revista Contexto

Hace mucho tiempo, antes de tener un interés por la política y la historia, la Guerra Civil Española se convirtió en un tema a incursionar, leer, indagar, ver. Las inquietudes en una persona difícilmente vengan de la nada. En mi caso fue Enrique Pereira y su tenacidad para convencerte de algo. Haber tenido el privilegio de ingresar como pancho por mi casa a su vigorosa biblioteca de calle Malvinas y Córdoba, donde precisamente en ese vértice del lado interior, posaba la bandera tricolor de la Segunda República, pudo haber sido semióticamente el primer destello de interés por aquel proceso.  

Los diarios españoles anunciaron esta semana un proyecto voluminoso e intenso impulsado por el gobierno del socialista Pedro Sánchez bajo el título de “Memoria Democrática”, pero cuya carga emotiva para la historia del país no es la apertura de los juicios sino la conversión del Valle de los Caídos en un cementerio civil. Esa mole situada en la Sierra de Guadarrama, a las afueras de Madrid, fue construida entre 1940 y 1958 durante la dictadura de Francisco Franco por esclavos y presos políticos bajo el látigo de la corte del Generalísimo

La basílica monumental administrada por una fundación de monjes benedictinos que habitan en el monasterio expresa la más ajustada imagen de lo que fue la tragedia de España. El silencio, la prohibición y el secreto tienen su monumento allí, arriba de una montaña, donde se resguardó con honores los restos de Franco y el fundador del partido fascista Falange, José Antonio Primo de Rivera. Alejado de lo que fue el campo de operaciones de sus matanzas. Alejado de las cámaras fotográficas de los turistas. Alejado de los tribunales. Alejado de todo.  

Llegar hasta ahí requirió de una investigación previa, que luego necesitó que nos llevara un baqueano urbano que conozca ese circuito alejado de todo interés turístico. En 2016, cuando llegamos a Madrid con mi compañera Luz Alcain, en los diarios se discutía un fallo judicial que había habilitado exhumar dos fosas comunes a pedido de familiares de víctimas. ¿Cuánto se hizo en la Argentina, no? Lo cierto es que a ese pedazo de piedra gigantesco llegamos un día normal, abierto a un público que es siempre pequeño. Personas mayores hablando en susurro, como en cualquier iglesia. No se puede sacar fotos, que es lo que hicimos y por eso la imagen que ilustra esta nota fue tomada ilegalmente, como todo lo que sucedió en la España franquista y en ese lugar. Un grupo de monjes, diariamente, le puso flores a Franco y a Primo de Rivera durante décadas hasta el 24 de octubre del año pasado, cuando sus restos fueron sacados de allí para ser trasladados al cementerio de Mingorrubio. 

En una suerte de promiscuidad ideológica, bajo la alusión a Dios y la Patria, se sepultaron a falangistas y anarquistas. Esta foto fue tomada por la periodista Luz Alcain.

España, a diferencia de cualquier país de Europa del Este ocupado por Hitler, esconde su historia. Ha preferido no mostrar lo que fueron. La política y la sociedad no pudieron resolver en décadas lo que hizo la Argentina en los 80 y Alemania una década después. Hace unos años los intelectuales de ese país discutieron si había que imprimir o no el libro Mi Lucha de Hitler. Se impuso la postura positiva, pero se acordó que el mismo debía llevar un prólogo en el que quedara expresado que se trataba del manual de un hombre que construyó una organización dispuesta a exterminar a colectivos de las sociedades en las que irrumpía con su terror. Y más. 

En un paseo por La Mancha, Luz hizo una pregunta concreta a la coordinadora turística de la expedición: ¿Por qué en España no aparece en los itinerarios lo que sucedió en la guerra y durante el franquismo? La respuesta de aquella madrileña, con voz de fumadora, como la mayoría, fue sencilla, de una maestra de primaria: “Acá de ese tema no se habla, porque en una familia puede haber niños que hayan tenido un abuelito de un lado y al otro del otro”. La literatura contemporánea fue abriendo perspectivas en los sótanos de la conciencia colectiva. El corazón helado, de Almudena Grandes, describe en una historia magistral el planteo escolar de la coordinadora de aquella excursión. 

Javier Cercas hace una crónica y ensayo lúcidos de un hecho ineludible para cualquier análisis sobre la transición del franquismo a la democracia. El escritor español narra un suceso clave para el devenir de su tierra que, aparte, fue televisado. Es el fracasado golpe de Estado de 1981 por sectores de las fuerzas armadas al presidente Adolfo Suárez. El libro comienza con el ingreso de soldados armados bajo el mando de Antonio Tejero durante una sesión en el Congreso de Diputados que termina con todos tirados en el suelo para esquivar las balas, excepto tres: Suárez; su vicepresidente Manuel Gutiérrez Mellado; y el secretario general del Partido Comunista Español Santiago Carrillo. La jornada se inscribió en la historia como “el tejerazo”. La decisión de estos tres políticos de diferentes vertientes dispuestos a no moverse ante el pasado oscuro que quería volver por la fuerza no tiene el peso de una imagen, sino el que le otorga la historia. 

El libro discurre en las acciones de las organizaciones políticas para sostener un Nunca Más que todavía no se podía gritar en una España indigesta de franquismo. 

En 2004, al cumplirse 28 años de las primeras elecciones democráticas tras la guerra civil y 40 años de dictadura franquista, España dio al mundo una lección de democracia en el marco de los trágicos atentados del 11 de marzo y su manipulación mediática con fines electorales. Esos episodios terminaron depositando en la primera magistratura al socialista José Luis Rodríguez Zapatero en detrimento de Mariano Rajoy. Allí estuvo Enrique Pereira, que fue al país ibérico luego de ser galardonado con el prestigioso Premio Manuel Azaña, presidente de la Segunda República. 

Enrique contaba que más allá de los galardones, en la charla que lo tuvo como expositor, el mayor interés había sido el proceso por el cual el gobierno de Raúl Alfonsín había juzgado a los jerarcas de la dictadura argentina. 

Ese silencio, al que muchos españoles contribuyeron y padecieron, se esparció por el mundo. Un día tuve la idea de convocar a Enrique para que dictara una clase en la Facultad de Ciencias de la Educación sobre ese tema. Terminaba de rendir Historia de las Ideas, una materia maravillosa que un alumno debe sobrellevar en un cuatrimestre con un resumen ajustado, didáctico y muy bien narrado de Juan Vilar. En esa ficha, precisamente, no aparece la Guerra Civil Española y el franquismo. Luego de una precaria empapelada en algunos lugares comunes de la facultad, llegó el día en que Enrique nos contó a los estudiantes de Comunicación lo que había pasado en España y sus implicancias. Lo presentó Vilar, quien dijo a los estudiantes que estábamos “ante el hombre que más sabe del tema, por lo menos en Entre Ríos”. El primero en decir socarronamente “sí señor” sentado en la primera fila fue otro amigo de Enrique, Gustavo Lambruschini. 

Los españoles se disponen a ingresar en el jardín de la memoria, la verdad y la justicia. Ese lugar que en la Argentina se empezó a cultivar hace más de tres décadas por los partidos mayoritarios. Los históricos. Los identitarios. Con idas y vueltas, marchas y contramarchas. Cualquier intento de dar un paso atrás puso a la gente en la calle para hacer saber que eso no se toca. Este país pudo iluminar a sus antepasados que llegaron en barco. Y lo hizo sobre la plataforma del Estado de Derecho, de las organizaciones sociales y la política. 

El mausoleo fue construido por el el franquismo, con mano de obra esclava del régimen.