25/03/2021 - 24 de Marzo

Historia de la placa de la memoria que el poder político intentó hacer desaparecer

En la década de los 90, desafiando la desmemoria pretendida por el neoliberalismo, un grupo de militantes paranaenses instaló de forma casi clandestina y arriesgada una placa con el nombre de entrerrianos desaparecidos en la dictadura. Recorrido por la historia del primer memorial de las víctimas que tuvo la Argentina.

Jorge Riani

La memoria estaba sostenida por fuera del Estado, no porque haya estado mal hacerlo dentro de él, sino porque ese Estado estaba timoneado por los ejecutores de la oleada neoliberal donde no había tiempo para desaparecidos y sí para las privatizaciones.

En ese momento, un grupo de personas que militaba en política, desde un lugar u otro, que militaba causas de la que el Estado se desinteresaba, decidió mantener viva la memoria, la atención sobre lo que había ocurrido, que por espeluznante, precisamente, no debía olvidarse.

Eran militantes de izquierda, donde algunos eran del PC, otros del Partido Intransigente y de la Juventud Radical. Primero conformaron la Coordinadora de Derechos Humanos, y comenzaron a reunirse en la sede de la Liga Argentina por los Derechos del Hombre, en una casa ubicada en la esquina de las calles San Luis y Nogoyá, de la capital entrerriana.

Desde ese espacio de militancia quisieron dar un anclaje material a recordar a las víctimas y a la obra maldita de los golpistas, represores, dictadores. La idea fue hacer una placa con el nombre de los entrerrianos desaparecidos y las entrerrianas desaparecidas durante la dictadura militar.

Los militantes se encargaron de hacer en una marmolería local, esa placa recordatoria con un mármol blanco sobre el cual se grabaron los nombres de personas detenidas-desaparecidas y asesinadas en Entre Ríos durante la dictadura cívico militar que extendió sus tentáculos de muerte entre 1976 y 1983.

A la placa se le incluyó una leyenda muy explícita y clara: “No olvidaremos, no perdonaremos”. La frase molestó a la Iglesia, por lo cual algunos de los militantes, aún aceptando que la actitud cristiana puede ser la del perdón, a título personal, consideraron que no debía involucrarse al conjunto de la sociedad en un perdón que olía a olvido y, por tanto, a impunidad.

Ubicar esa placa en un lugar público de la ciudad fue una osadía, un acto de clandestinidad en plena democracia, no porque hayan existido peligros mayores que sí había en la dictadura, sino porque la autoridad pública no quería ese monumento.

Hoy, la placa es una lámina de material duro que tiene las letras de los nombres casi carcomidas por la adversidad de la intemperie, y por eso cuesta cada vez más leerla. Sin embargo, la placa-homenaje fue hecha en mármol del que ya no se ve en los monumentos.

La historia del mármol es digna de la historia de un monumento a la memoria y en honras a los desaparecidos y desaparecidas.

Fue más o menos así, aunque quienes la vivieron podrían precisar, corregir, aclarar. La artista Stella Berduc decidió donar del panteón familiar una placa de mármol con la que las familias patricias, como la suya, solían honrar su memoria familiar o hacer sus monumentos.

Berduc malversó ese mármol familiar de una forma extraordinaria: dándosela a la memoria colectiva. Pero entre los Berduc no todos eran Stella y alguien chilló porque faltó el mármol del panteón y tal y cual.

No se sabe dónde se decidió que ese episodio se convirtiera en causa judicial armada en contra de los militantes de izquierda. Las acusaciones eran penales a pesar de que no se trató de ningún robo. Lejos de eso, sino de una donación del mármol.

Para agravar las cosas, el panteón había sido declarado, días antes, monumento histórico o algo así.

Hubo que ablandar a la familia Berduc para que entienda el propósito de Stella y del resto de los militantes que confluían en la LADH.

“Stellita y sus amigos”, habrán dicho aquellos Berduc que pusieron el grito en el cielo cuando el mármol fue sustraído para tan subversiva misión de recordar a las víctimas y repudiar los delitos de lesa humanidad.

Hay que ser justo y decir que primó la cordura y quienes no eran Stella, entre los Berduc, también entendieron que no estaba mal el propósito y fue así que los militantes se desembarazaron del primer escollo.

Pero no era el último. Luego la idea fue que esa placa luzca, podríamos decir que como lucen en muchos pueblitos de Europa las placas con los nombres de las personas de esos lugares que murieron por algunas de las dos grandes conflagraciones.

Claro está que acá, en Argentina, no se trató de una guerra sino de la represión interna. Se persiguió esencialmente, y paradojalmente, a lo argentino. Y el nombre de esos entrerrianos que fueron alcanzados de forma funesta por semejante aguijón de la dictadura iban a estar en esa placa. Y estuvieron, y están.

Fue lamentable todo lo acontecido para poder instalar la placa en Paraná.

En el país, Raúl Alfonsín, había ya decidido que los jerarcas de la dictadura fueran sometidos al juicio por delitos de lesa humanidad. El mundo miró cómo acá en el sur, al final del mapa, un país pretencioso juzgaban lo que en otros países, derrotados ya sus dictadores, eran indultados, cuando no asimilados por el sistema partidos conservadores y seguían como si nada. Como en España por ejemplo.

Hubo también acá, entre nosotros, los argentinos, un interés por mirar para otro lado y no el doloroso pasado de dictadura. Es decir que hubo interés de garantizar la impunidad a los asesinos dictadores, y eso se procuraba desde el Estado mismo.

Es cierto que ese Estado luego sí hizo de la memoria un asunto importante en la agenda de temas a atender. Hasta entonces, los militantes de izquierda, Cristina Ponce, José Iparraguirre, Mirta González, Perla Strada, Federico Bidart, Carlos Migliavaca mantenían de modo solitario y marginal de todo amparo estatal -muy por el contrario- la memoria de lo ocurrido.

En los partidos políticos con mayor desarrollo muchos se hacían los distraídos frente al tema, con algunas excepciones, como la del radical Fabián Rogel que se sumó a la iniciativa de hacer la placa de la memoria, fiel a su propósito de que su partido atienda los asuntos de derechos humanos y abandone el desinterés que sí manifestaban muchos otros dirigentes del centenario partido. El entonces presidente del Comité Provincial de la UCR, Sergio Montiel, directamente estaba en contra de la colocación de la placa e intentó desautorizar orgánicamente el cometido, pero el referente de la JR siguió adelante con el propósito, junto a todos los otros integrantes de la Coordinadora de DDHH.

En la historia de la placa, el malo de la película, o el peor, fue el entonces intendente peronista Mario Moine, que se opuso tenazmente a su instalación. Moine era un empresario con fama de exitoso y solidario, allegado a la Iglesia de tal modo que decidía con el aval de la Curia a sus funcionarios, en especial cuando le tocó ser gobernador. Como gobernador aplicó la fórmula neoliberal de privatizaciones y despidos masivos de empleados estatales.

Los integrantes de la Coordinadora de Derechos Humanos intentaron buscar que la autoridad pública democrática autorice la instalación de la placa y lo hicieron por nota al intendente. Pero Moine -a él le dirigieron la nota- se opuso sin mandar a decírselo a nadie.

Telefoneó a Rogel para expresarle que la decisión de la Municipalidad era no autorizar la colocación de la placa en ninguna plaza. La respuesta del radical fue también directa: “Tu responsabilidad como intendente es dar alguna opinión sobre el mejor lugar que ustedes creen que se puede colocar, pero vos no tenés ninguna atribución para prohibir la colocación de la placa”.

Lejos de amilanarse, los jóvenes militantes de entonces decidieron materializar el recuerdo de mármol sin autorización y fueron por el mejor lugar: la Plaza 1° de Mayo, sobre calle San Martín.

Tres días después de que Moine dijera que no contaban con autorización, la placa se colocó en la plaza principal. Hubo una jornada muy emotiva, con madres y abuelas de Plaza de Mayo, militantes y jóvenes de escuelas secundarias. Pasaron la noche indicada de 1991 entre música, velas, cánticos, abrazos, emociones. Pero a la madrugada, cuando el lugar quedó acompañado solo por el arder de las últimas velas, la placa fue retirada de modo grosero y llevada en un camión de basura a un destino incierto.

Desde afiches y pintadas se reclamó por la aparición de la placa.

Fue indignante ver que la autoridad elegida democráticamente hacía algo que ofendía a las víctimas entrerrianas de la dictadura. “Fue un retiro intempestivo ordenado por el intendente Moine”, escribía el periodista Guillermo Alfieri, enojado con razón, en las páginas de El Diario. Alfieri nunca quiso a Moine.

Alfieri incluyó en la entrevista a todos los candidatos a intendente la pregunta de rigor: ¿qué piensa hacer con la placa de la memoria si gana la Intendencia?

Huberto Varisco dijo que la autorizaría, pero perdió las elecciones a manos del candidato Julio Solanas.

Ganó el peronismo. La discusión continuó y no faltó un informe técnico de un arquitecto-funcionario que desaconsejaba instalar la placa porque rompía con el preciosismo francés de la plaza. Los mandatarios del peronismo se sumaban al rechazo a la placa.

En el acto de colocación hablaron la referente santafesina de las Madres de Plaza de Mayo, Queca Kofmann; Graciela Fernández Meijide por la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH); Eduardo Barcesat, por la Liga Argentina por los Derechos del Hombre (LADH), y el sacerdote tercermundista de militancia por los Derechos Humanos, Luis Farinello.

Faltaba bastante aún para que el kirchnerismo lograra congraciar memoria y rechazo de la dictadura con peronismo. El militante Birdart contó que no hallaron a ninguna persona dentro de la Municipalidad de Paraná que apoye la iniciativa, y recordó que cuando lograron encontrar la placa que Moine hizo desaparecer, la hallaron dañada en uno de sus vértices.

La instalación de la placa, luego de dar una batalla por su restitución, fue celebrada por una gran cantidad de personas.

El juez de faltas Reynaldo Barbagelata obligó que la placa sea restituida a los militantes y así fue que se guardó en la casa de Carmen Germano, militante y madre del militante desaparecido Eduardo “Mencho” Germano.

Idas, vueltas, intentos, rechazos. Se hablaba de que había 30.001 desaparecido. El uno agregado a la cifra del horror era la placa misma.

Finalmente los militantes lograron una autorización y la placa fue instalada en la Plaza Alvear, de Paraná, el 24 de marzo de 1992, en medio de un acto multitudinario que dejaba claro que la ciudadanía se volcaba más para la postura de la memoria que del olvido que imponía el oficialismo de entonces.

Iparraguirre opinó que fue una forma de rescatar la enorme movilización social que había primado en los 80, pero que en los 90 se buscaba desalentar.

Cristina Ponce hizo la reseña precisa sobre todo lo acontecido en momentos en que ella era un motor de todo ese movimiento. Recordó el informe de un tal arquitecto Zatti que argumentaba contra la placa y el poder político se escudaba en eso para decirle no a la placa.

La comunicadora Ariana Budasoff realizó un video como pasante de la Licenciatura en Comunicación Social de la Universidad Nacional de Entre Ríos, en la que contó la historia y atesoró testimonios de protagonistas del momento. Con el aporte de los docentes Gabriela Álvarez y Julio Gómez logró dejar un testimonio fílmico que es de donde se capturaron las imágenes que incluye esta nota y algunos datos necesarios.

A la Semana de la Memoria, en este año singular de pandemia, le antecedió cierto desconcierto que generó el involuntario maltrato que recibió la placa. Se hizo el necesario planteo motivado en entender por qué militantes de causas sociales han utilizado la placa como plataforma para pegar afiches y hasta para pintar un stencil político que para nada contradice el espíritu de quienes, en su momento, instalaron allí la placa.

Se habló de desconocimiento, de que los nombres están borrados y casi ni se leen. Como sea, vale la pena recordar todo lo que movilizó la placa de la memoria en Paraná: una de los primeros memoriales de las víctimas de la dictadura que existió en la Argentina, sino el primero.