Los cementerios entrerrianos han sido objetos de estudio de Luis Salvarezza, un escritor, ensayista y artista reconocido de Concepción del Uruguay. La presencia de figuras alegóricas, las frases y formas que encierran las necrópolis se vuelcan en varios trabajos de ineludible referencia al momento de querer conocer algo más sobre las ciudades de los muertos.
Jorge Riani
Antes de entregarse voluntariamente a la muerte, el escritor sueco Stig Dagerman concluyó en que la necesidad de consuelo del ser humano es insaciable. De esa expresión toma el título, el escritor europeo, de uno de sus libros. Lo dice quien retrató la oscuridad de su tiempo, cuando el nazismo repartía muerte y desesperanza.
Quizás en la perturbada búsqueda de consuelo haya que indagar para hallar las razones de tanta alegoría, de tanto simbolismo que pueblan los cementerios occidentales. En el de Paraná, por ejemplo, está aquel viejo alado y descarnado, subido a una cornisa, que representa a Cronos, ese ser de la mitología griega que tenía por costumbre comerse a sus hijos, acaso como una alegoría de lo que es capaz de hacer el tiempo con las cosas y con las vidas.
Lo contamos en nuestro libro “Ciudad Infinita. Historia, arte y leyendas en el cementerio de la Santísima Trinidad”, que ilustró la fotógrafa Analía Jaroslavsky, en una tarea que documenta lo más representativo de esas siete hectáreas. Precisamente en esas siete hectáreas la muerte se expresa en el idioma de las piedras, los vitrales, los bronces y las frases.
Hay un idioma fúnebre común a todos los cementerios, al menos en el sector occidental del mundo. Y el de Paraná no es una excepción. Sin embargo, cada necrópolis puede llegar a tener sus propias características.
La de la capital entrerriana, por ejemplo, conserva las construcciones contemporáneas a la del gobierno de la Confederación Argentina, como expresión de una arquitectura que en la ciudad de los vivos destruyó la piqueta. Allí, en el cementerio, se conserva la arquitectura urquicista. O también puede mencionarse la característica que le otorgan las artísticas placas de bronce esculpidas por Israel Hoffmann.
El cementerio de Paraná tiene las figuras de Hoffmann, como el de Gualeguay las placas del marmolero J. A. Corvino.
De esto último nos enteramos por revelación de Luis Salvarezza. Investigador, ensayista, escritor y artista plástico de Concepción del Uruguay, Salvarezza ha recorrido los cementerios entrerrianos para registrar las características, traducir sus mensajes, descubrir sus secretos. Con él dialogamos.
–¿Cuáles son los cementerios que estudió y qué aspecto distintivo destaca de cada uno?
–En forma general estudié el Cementerio de Concepción del Uruguay cuyos trabajos están incluidos en las dos ediciones de los libros “De cruces, alas y mármoles”; “El cementerio: florilegio lírico”, donde analizo la visión que tienen más de cincuenta escritores, entre ellos, muchos entrerrianos, argentinos y extranjeros, sobre la muerte, los cementerios y su simbología.
En “El ciprés, el sauce y la amapola” como símbolos funerarios, analizo su presencia en la literatura, el arte y en los cementerios entrerrianos de Colón, Gualeguay, Gualeguaychú, Larroque, Nogoyá, Rosario del Tala, San José y San Justo. Sumo algunos ejemplos de los cementerios de Paysandú (Monumento a la Perpetuidad y el Cementerio Central) y del Cementerio General de Chile.
Con el arquitecto Marcelo José Vázquez analizamos la presencia de la calavera y la serpiente en los cementerios entrerrianos de Concepción del Uruguay (1856), Concordia (1897), Gualeguay (1848) y Nogoyá (1860) con el que participamos en el Encuentro sobre Patrimonio en Rosario.
Con Vázquez también tenemos en preparación el libro sobre los cementerios de Colón y San José y la ponencia sobre nueve símbolos funerarios alados que hallamos en nichos, tumbas y panteones de nueve cementerios de Entre Ríos, precisamente de las ciudades de Colón (1891), Concepción del Uruguay (1856), Concordia (1897), Gualeguay (1848), Gualeguaychú (1877), San José (1876), Urdinarrain, Victoria (1863) y Villaguay
Se trata de imágenes ya sea en grabados, esculpidos o tallados, en placas, lápidas, puertas, ornamentos varios y su arquitectura. Allí seleccionamos la abeja, la lechuza, la mariposa, la paloma, Mercurio, un ángel, la esfinge alada, la clepsidra y el disco solar alado.
En todos están materializadas las diferencias, más allá de las expresiones de Lao Tsé: “Diferentes en la vida, los hombres son semejantes en la muerte” o de Jorge Manrique haciendo de ella “algo igualador”.
Coinciden con Jorge Luis Borges que refiriéndose al Cementerio de la Chacarita dice que es “conventillo de ánimas”. Dice: “montonera clandestina de huesos”. En cambio La Recoleta desde sus inicios nombra un nombre; es identidad y mármol.
El cementerio de Nogoyá conserva un sector muy antiguo donde la calavera se adueña de ese espacio.
Al de San José podría denominársele “albergue de ángeles” por la cantidad de esos seres alados que pueblan el lugar.
En el de Gualeguay se descubre el trabajo de un marmolero de excelencia J. A. Corvino, del que se sabe muy poco, cuya obra es de excelencia.
Muerte clasista
Salvarezza menciona la obra de Jorge Manrique y la alusión a las coplas a la muerte de su padre viene bien para tomar aquello de que “nuestra vida son los ríos que van a dar a la mar” y de la igualdad ante la muerte. Sin embargo, los hombres se empecinan a marcar las diferencias sociales incluso más allá de la vida.
Así, en el cementerio de Paraná hay panteones que reflejan la ostentosa Argentina agroexportadora, con panteones traídos pieza por pieza de Italia, y aquellas tumbas de tierra de los pobres. Una perversa característica de estas es que a los cinco años deben, los difuntos, abandonar su natural morada. Es decir, se los saca de allá. No sea cuestión de que los muertos pobres crean que la tierra les perteneces. No, están de prestado por un tiempo.
Y ante una consulta, Salvarezza revela que esa diferencia se repita en otros cementerios de la provincia. “Esa diferencia sorprende, sorprende como en el Cementerio de Rocamora. El cementerio es un camafeo rodeado por el monte y casi bañado por el Arroyo Calá”, dice y describe: “en la avenida central están los panteones o las grandes tumbas de los estancieros y alrededor las pequeñas, empequeñecidas tumbas de cemento blanqueadas por cal y cruces de herrería de la peonada y los pequeños agricultores”.
Es notable, los cementerios también tienen sus nichos de propiedad horizontal donde bien cabe la clase media, acaso como expresión de la urbanidad de estos tiempos.
“Esa diferencia no es tan notoria en el cementerio de San José, donde han conservado casi intacto su patrimonio y las tumbas hasta son más ricas en símbolos que los mismos panteones. Además de elementos muy propios, algunos panteones no son más que pequeñas casas suizo-alpinas”, describe.
El sexo de los ángeles
Cuenta Salvarezza que en el cementerio de Urdinarrain hay un ángel que muestra los senos y de ese modo la necrópolis ingresa, sin complejos, en tema que la religión ha presentado como escabroso: el sexo de los ángeles. Lo dice el investigador, “con ese elemento se refleja una discusión histórica”.
“Antiguamente los ángeles se representaban con sexo. Los había masculinos y femeninos. La Edad Media y el peso de la cruz y la culpa los convierten en seres asexuados por creer que siendo parte de la luz o en la luz y mensajeros de Dios no podían caer en las sombrías tentaciones del sexo”, introduce el entrevistado y agrega: “De ahí que utilicemos la expresión ‘discutir o hablar del sexo de los ángeles’, para referirnos a conversaciones o disputas absurdas. O utilicemos la expresión ‘es una discusión bizantina’ para hacer referencia a las interminables, arduas, violentas discusiones sin sentido. Esta expresión nace de esas disputas religiosas donde precisamente en uno de los Concilios de Constantinopla se discutió incansablemente sobre el sexo de los ángeles. Y a partir de allí, con poco convencimiento, se los hizo celestiales y asexuados; es decir, andróginos”.
Apunta Salvarezza que las representaciones celestiales son de inspiración griega, alcanzan su esplendor en el siglo VIII y se fijan patrones (color de las alas, atributos, vestimenta, calzados o descalzos, etc.), para diferenciarse entre sí”.
El Renacimiento desplaza la juventud de los ángeles y adquieren la forma de niños o simplemente “caritas aladas”. Mario Benedetti en “Despistes y Franquezas” (1989) dedica un texto al tema bajo el título “El sexo de los ángeles” y escribe: “Y en el preciso instante del orgasmo ultraterreno, los cirros y los cúmulos, los estratos y nimbos, se estremecen, tremolan, estallan, y el amor de los ángeles llueve copiosamente sobre el mundo”.
“Nuestros cementerios muestran muchísimas y verdaderas obras de arte, de ellos. Nos llamó mucho la atención esta bellísima escultura que encontramos en el cementerio de Urdinarrain que debemos proteger y admirar por lo escasamente frecuente en cuanto a su representación”, remata.