27/01/2023 - Día Internacional de Conmemoración en memoria de las víctimas del Holocausto.

Historia del herrero que salvó su vida en la fábrica de Schindler

Su nombre integra la lista de judíos salvados por el empresario alemán. Al final de la película “La lista de Schindler” aparece poniendo una piedra, a modo de homenaje hebrero, sobre la tumba de quien le terminó salvando la vida. Se llamaba Zygmunt Rotter Fleischer. En esta entrevista con su hija Lilian, realizada frente a la verdadera lista de Schindler, en Israel, en 2009, se reconstruye su conmovedora historia.

Jorge Riani

En Israel se ha dicho que los nazis no mataron a seis millones de judíos, sino que mataron a uno, pero que lo hicieron seis millones de veces. Es más que dialéctica; es un razonamiento inspirado en el objetivo de devolverle la historia a cada uno de las personas asesinadas. Si en la cifra global se expresa un genocidio, en cada unidad hay una historia personal. Un mujer, un hombre, un viejo, una niña, por ejemplo, que enfrentaron el rostro más atroz de la muerte, el de la intolerancia, el de la tortura, el de la humillación. Solitos con su humanidad, sus miedos, sus ruegos, sus temblores.

El objetivo de devolverle un rostro, un nombre, una historia a cada número se resume en los postulados de una institución con sede en Jerusalén y presencia en varios países del mundo: Yad Vashem.

Yad Vashem atesora un formidable archivo de las víctimas del nazismo, pero excede el mundo burócrata de carpetas y servidores; es un museo que exhibe objetos y fotografías, pero está lejos de ser una simple galería del horror. Yad Vashem es una forma de contar el Holocausto, el interés por ponerle rostros individuales a la cifra de seis millones. Es memoria y es estudio.

En un espacioso y claro edificio que se enclava en el monte Herlz, con sus paredes color arena, como las paredes de todos los edificios de Jerusalén, Yad Vashem muestra armas de los nazis, uniformes de los presos-secuestrados, alambrados de los campos de concentración, las caricaturas burlonas de la literatura antisemita, balas, bombas, pasaportes, gorras, prendedores con la forma de la estrella de David, herramientas de tortura, libros religiosos, carros, en fin, todo un mundo de objetos que materializaron uno de los momentos más dramáticos de la humanidad.

Están también las listas originales que tipió el contador Itzhak Stern ante el dictado frenético de su jefe, Oskar Schindler, que no era otra cosa que el salvoconducto para más de un millar de judíos.

Las 13 hojas amarillentas halladas hace casi cinco años, con 801 nombres inscriptos a máquina, se exhiben detrás de unos vidrios. Faltan allí algunas hojas con otros dos centenares de nombres que se salvaron de la muerte segura al ser enrolados por Schindler para su fábrica de ficción y trinchera.

Pero en las listas rescatadas aparece el nombre de Zygmunt Rotter Fleischer. Se lee muy claramente. Al final del recorrido intenso por Yad Vashem, Lilian Rotten miraba con ojos profundos, de gesto indescifrable, esas listas. “Ese es mi papá”, señaló con el índice cuando este cronista se acercó a ver esos papeles amarillos, lleno de historia, nombres y milagro.

Lilian fue becaria de uno de los seminarios de Yad Vashem, del que participaron este cronista y también la militante paranaense de la memoria Cristina Ponce.

Al final del recorrido, este cronista preguntó a Lilian Rotter por ese momento en que se encuentra con el nombre de su padre en la lista de Schindler, la verdadera lista de Oscar Schindler.

–¿Cómo llegó tu padre a estar en esa lista?

–Llegó porque, incentivado por un amigo, se ofreció como herrero para una fábrica. Mi padre, Zygmunt Rotter Fleischer, estaba como esclavo en el campo de trabajo de Plaszow, en Cracovia. Es un campo de trabajo construido sobre dos cementerios judíos, donde murieron más de 8.000 judíos víctimas del hambre, la tortura, las condiciones durísimas. Nadie se podía escapar porque todo estaba vallado con electricidad.

Uno de los trabajos que tuvo que hacer mi papá fue quitar las lápidas escritas en hebreo para utilizarlas como baldosas en los lugares donde estaban los tipos de la SS. Mi papá me contó todo eso cuando estuvimos visitando el lugar en 2005. Me contó que la lápida de mi abuelo paterno tuvo ese destino y que como todos los restos humanos, los de mi abuelo fueron a parar a una fosa común.

Mi papá estuvo en Plaszow, pero antes había estado en el ghetto de Cracovia. El llegó junto con 8.000 judíos conducidos hasta esos cementerios para hacerlos trabajar como mano de obra esclava. Estando en el campo de trabajo forzado, el comandante general de Plaszow alineó a los prisioneros en fila y dijo que se necesitaban 30 herreros y que los que lo fueran dieran un paso al frente.

Mi padre había conocido en ese mismo campo a otro prisionero oriundo de Cracovia, Samuel Kopec, de quien se hizo íntimo amigo hasta que éste falleció en Colombia hace más de 15 años.

La verdad es que papá no sabía nada de herrería, pero su amigo Samuel le aconsejó que de todas maneras diera el paso al frente. Y así ambos lo dieron. El comandante fue pasando por la fila delante de todos los prisioneros que se ofrecieron y cortó cuando llegó al número 30. Los que quedaron, fueron a la fábrica de Schindler y salvaron sus vidas, entre ellos mi padre.

Los dos caminos

Fleischer murió hace algunos años en paz, acompañado por su familia. Murió como se debe morir, de repente y tranquilo. Más de una vez escapó a una muerte horrible. Como cuando en la plaza de Cracovia un nazi le indicó que se ponga a su derecha, con un grupo minoritario. Otros tuvieron un destino diferente, el de la fila de la izquierda del nazi, entre ellos la madre, la hermana mayor, el hermano menor de Zygmunt. Todos ellos fueron conducidos a Auschwitz de donde nadie salía con vida. Tampoco ellos.

Zygmunt fue llevado al campo de trabajo sobre esos dos cementerios judíos.

Al ser destinado a la fábrica de Schindler, Zygmunt Rotter se salvó por segunda vez. Estuvo destinado al sector de enlozados, fabricando vajillas para los soldados nazis, y luego haciendo encendedores de granadas. Se mantuvo con vida hasta que ese día en que escuchó por los altoparlantes que el ejército invasor había sido derrotado por los rusos. Cuenta Lilian lo que su padre le contó de aquel momento: “Me dijo mi papá: ‘En ese momento me di cuenta que estaba solo. Estaba en shock y pensé en mi familia. Me sentí culpable de haber sobrevivido y ellos no. ¿Libre para hacer qué? ¿Para ir adónde?’”.

Lilian Rotten hoy es una militante activa de la memoria. “Estoy retomando con fuerza mi responsabilidad como hija de sobrevivientes y encargada de que la más terrible tragedia del siglo XX no pase al olvido con la muerte de los sobrevivientes o por su vejez o enfermedad”. Logró convencer a su padre de volver a los lugares de su infancia, de su juventud y de sobrevida para grabar un video.

Vive en Venezuela, donde tras la experiencia de visitar el Museo del Holocausto, decidió aceptar el cargo de coordinadora de la generación de relevo de Yad Vashem en su país. Ella es hija de la sobrevida, porque la historia de su madre es tan conmovedora como la de su padre.

–La historia de tu mamá es muy conmovedora también.

–Sí. Porque cuando se cuenta cómo se salvó una niña, hija única, de 12 años, que vivía en el ghetto de Varsovia, realmente hay que decir que su historia es muy conmovedora. Ella, gracias a Dios, todavía está con nosotros y goza en general de una buena salud.

En los albores de la Segunda Guerra Mundial, ya habiendo sido Polonia invadida, mi abuelo salió una mañana a trabajar y no volvió nunca más. En el año 1942, la situación para los judíos en Polonia era atroz. Mi madre y abuela compartían un apartamento chiquito con varias familias más que ni conocían.

Una mañana, mi abuela tomó sus joyas y le dijo a mi madre que iba a intentar con la venta conseguir la forma de salir ambas del ghetto. Le advirtió que se escondiera en el lugar de siempre, en la parte de atrás de un sofá-cama, y que ni siquiera si llamaban para hacer una “selección” bajara de su escondite. Mi mamá recuerda que ese día escuchó muchos disparos. Nunca más vio a mi abuela materna. Se había quedado huérfana de ambos padres y sola.

Reunió dinero con las pocas pertenencias que habían quedado, como ropa y cosas menores, y logró comprar el certificado. Los conserjes aceptaron venderle los papeles con la condición de que se fuera de Varsovia porque la hija estaba viva y no querían problemas con la policía.

Corría marzo de 1943. Mi madre decidió que su regalo de cumpleaños, el que se autorregalaría era poder salir del ghetto con los papeles comprados.

El 27 de marzo de 1943 se acercó a la entrada y aprovechando que los soldados estaban revisando un camión que entraba en ese momento al ghetto, pasó y salió sin que nadie se diera cuenta. Se quitó la cinta con la estrella de David que les habían colocado a todos para identificarlos como judíos y allí comenzó su deambular buscando familia, buscando adonde ir y cómo sobrevivir a los 13 años y huérfana de padre y madre, sin hermanos y en plena guerra.

Niña adulta

Con 13 años y sola en la vida, sin ningún conocido siguió la vida de Anna Rzechte. Pudo dar con un hermano de su madre varios años más tarde, tras una paciente búsqueda. Fue a vivir con él a París. Una tarde, paseando junto con unos amigos conoció a un colombiano, Zygmunt Rotter Fleischer. Se enamoraron, se casaron en París, donde fue tomada la fotografía que ilustra esta nota, viajaron a Latinoamérica y tuvieron dos hijos, Alan y Lilian, la custodia de la memoria.

Lilian Rotten participó de un seminario en Yad Vashem, en Jerusalén, donde fue entrevistada. En la fotografía, aparece acompañada por el autor de la nota y por Cristina Ponce.