14/04/2023 - HOMBRES DE HONOR

Esa vieja costumbre de batirse a duelo

Un ex gobernador entrerriano protagonizó tres duelos en defensa de su honor, ello a pesar de que retarse o batirse a duelo está prohibido en la Argentina. Una práctica en desuso que sigue penada por la ley. Historias con espadas y pistolas.

Juan Cruz Varela

 

Hubo un tiempo, no tan lejano, en el que los hombres defendían su honor con espadas o con pistolas, batiéndose a duelo, en espectáculos públicos.

En la Argentina, según una investigación de la historiadora Sandra Gayol, hubo un total de 2.417 duelos de honor entre 1869 y 1971, y muchos de esos duelos tuvieron como protagonistas a políticos locales.

Ello a pesar de que los duelos estaban prohibidos en la Argentina desde 1814, cuando se impuso la pena de muerte para quienes se desafiaban a duelo o asistían como padrinos.

También el Código Penal contempla el delito de duelo desde 1921, según las modalidades. El duelo con padrinos prevé una pena de uno a seis meses de prisión al que causare lesiones y de uno a cuatro años para quien provocare la muerte de su adversario; y el duelo irregular, sin la intervención de padrinos, tiene penas mucho más severas, que se asimilan a los delitos de homicidio o lesiones, según corresponda.

Sin embargo, los duelos –y los retos, porque una cosa es retarse a duelo y otra cosa es batirse a duelo– siguieron efectuándose durante años y con singulares protagonistas, por ejemplo, un ex gobernador entrerriano.

Los tres duelos del gobernador

Corría el año 1933 y la Argentina transitaba su primera dictadura militar. Existía entonces una revista nacionalista llamada Bandera Argentina. Leopoldo Lugones publicó allí un artículo en el que trató a Raúl Lucio Uranga como un hombre “al servicio del espionaje soviético”.

Polo Lugones, como lo llamaban, cargaba en su espalda una condena a diez años de prisión por torturar y abusar de menores en un reformatorio –luego amnistiado por el dictador Agustín Pedro Justo– y sería luego quien introdujo el uso de la picana eléctrica como método de tortura.

Cuenta el periodista Mariano Hamilton, autor del libro Duelos, los combates por el honor en la historia Argentina, que Uranga se sintió ofendido en su dignidad de caballero y envió a dos hombres de su confianza como “padrinos”, para exigirle a Lugones una retractación o una reparación por las armas. La respuesta fue que él no ponía los títulos de las notas, pero que se hacía responsable de cada una de las palabras que aparecían en el artículo y se negó a darle a Uranga cualquier explicación.

El asunto entonces se dirimió en un duelo que se concretó el 25 de agosto de 1933, en La casa del ángel, un sitio donde se practicaba esgrima. El combate fue salvaje y ambos resultaron gravemente heridos. Los médicos pararon las acciones a los cincuenta segundos del tercer episodio, ya que ambos sangraban en varias partes del cuerpo: Uranga tenía una herida de cuatro centímetros en el tórax, cortes en ambos brazos y en la muñeca derecha; Lugones tenía tajos en el antebrazo derecho y una herida punzante en el brazo izquierdo que le impedía seguir sosteniendo el sable, detalló Hamilton.

Finalizada la contienda, el director del enfrentamiento los invitó a reconciliarse, pero ninguno aceptó.

Varios años más tarde, siendo ya gobernador de Entre Ríos, Uranga fue protagonista de un duelo que no llegó a concretarse. Quien lanzó el desafío fue Arturo Julio Etchevehere, dueño y director de El Diario, y lo hizo a través de las páginas del matutino después de enterarse que Uranga lo había calificado como “un gran canalla”. El episodio lo cuenta el periodista Jorge Riani en el libro El imperio del Quijote. Ocurrió en 1961 y Etchevehere mantuvo activa la disputa durante varios días desde la tribuna de El Diario, ante el silencio de Uranga, que nunca respondió al reto, hasta que el propio Etchevehere lo dio por cerrado.

El tercer desafío fue en 1971, según publicó el diario La Nación en su edición del 23 de febrero, “con motivo de una cuestión caballeresca” planteada por el interventor militar Ricardo Favre, que gobernó la provincia de facto entre 1966 y 1973.

Uranga y Favre se odiaban. El primero había iniciado la construcción del túnel subfluvial y el segundo lo terminó. Pero el encono venía porque Uranga le reprochaba a Favre que pidiera financiamiento nacional para completar la obra porque, según decía, terminaría con la entrega de la megaobra a la Nación. Algo que nunca ocurrió.

Favre desafió a Uranga, “a raíz de publicaciones aparecidas últimamente”. Hubo reuniones de “padrinos” y ambos designaron a quienes serían sus árbitros en un tribunal arbitral para dirimir la cuestión. Hasta que primó la razón y, finalmente, el general de brigada Carlos Vellegal –propuesto por Favre– y el abogado Jorge Ferreira Bertozzi –en representación de Uranga– concluyeron que no había lugar a duelo.

Entre el honor y la justicia

Era, si se quiere, una época romántica en que los políticos resolvían sus diferencias batiéndose a duelo. Hoy las contiendas políticas no pasan de una crítica ácida y mordaz al adversario y las disputas, en todo caso, se dirimen en los tribunales.

De hecho, batirse a duelo es, de algún modo, una afrenta a la administración de justicia, si se lo considera como un modo de hacer justicia de modo privado, a través de un combate con reglas preestablecidas.

Lo cierto es que el duelo es una práctica en desuso e inaceptable en las sociedades modernas. En 2016, el entonces senador entrerriano Pedro Guillermo Guastavino propuso derogar las sanciones previstas en el Código Penal. Lo hizo a través de un proyecto –que no llegó a tratarse en el recinto– en el que mencionaba que el duelo con padrinos “se encuentra legislado como un delito de excepción, pues acuerda una suerte de privilegio para quienes maten o lesionen a otro en esas circunstancias”, a tal punto que contempla penas considerablemente menores.

Según su criterio, resulta intolerable en este tiempo “esta excepcionalidad al no considerar este delito dentro de los ya existentes de lesiones y homicidio, puesto que la intención de los duelistas es sustituir la fuerza pública por la privada y el juicio de los magistrados por el de las armas”.

Guastavino sostuvo además que “un delito como el duelo pudo haber tenido algún tipo de justificativo en una sociedad con otros conceptos de justicia y protección del honor”. La propuesta no tuvo tratamiento en el recinto y ahí está, todavía, en el Código Penal.