Hay maldiciones prodigadas con tanta saña que su conjuro puede durar cien años. Como la que cruzaron urquicistas y jordanistas hasta bien entrado el siglo veinte. Fue una batalla que por décadas libraron los tardíos seguidores de Justo José de Urquiza y de Ricardo López Jordán, donde la principal arma eran las municiones cargadas de indiferencia y olvido hacia el bando contrario.
Jorge Riani
Hay maldiciones prodigadas con tanta saña que su conjuro puede durar cien años. Como la que cruzaron urquicistas y jordanistas hasta bien entrado el siglo veinte. Fue una batalla que por décadas libraron los tardíos seguidores de Justo José de Urquiza y de Ricardo López Jordán, donde la principal arma eran las municiones cargadas de indiferencia y olvido hacia el bando contrario.
En medio de esa pelea hubo balas perdidas que dieron de lleno en figuras de la historia, totalmente ajenas al conflicto. Fue el caso de José de San Martín y de Gregoria Pérez de Denis, a quienes se les postergó algún homenaje cuando la iniciativa de unos cayó en manos de otros.
Cuando Héctor Maya asumió la gobernación de Entre Ríos en 1946, se le presentó un interrogante que pronto se convirtió en inquietud: ¿por qué el monumento a Gregoria Pérez de Denis, una figura indiscutida de la historia, había sido condenado al olvido en un oscuro rincón del garage oficial, donde lo descubrió a los pocos días de asumir? La riqueza estética de la pieza escultórica, realizada por el artista Torcuato Tasso, en mármol de Carrara, no hacía más que profundizar la curiosidad. Siguió buscando la respuesta por algunos años más.
Mientras tanto, Maya sabía que a él le tocaría organizar los actos oficiales del Año Sanmartiniano, que se celebraría en 1950, en el tramo final de su gestión, cuando se cumpliera un siglo de la muerte del Libertador.
En eso estaban Maya y su gente cuando surgió otra sorpresa: la columna de homenaje que Urquiza había mandado a levantar un siglo atrás en homenaje al General San Martín, nunca se había construido.
En su decreto del 16 de julio de 1851, el gobernador y capitán general de la provincia de Entre Ríos ordenaba “erigir en el centro de la plaza principal de la capital de la Provincia, una columna en honor del General D. José de San Martín, en la que se inscribirán los nombres de todas las victorias con que afianzó la independencia de su Patria”.
La muerte de San Martín tuvo una gran repercusión en la provincia. Bajo el título “Necrológica Universal”, el diario El Federal Entre-Riano, en su edición del 16 de enero de 1851, daba cuenta de que “la Confederación Argentina, la Gran Familia Sud Americana, perdió la preciosa existencia del venerado Padre de la Patria, del eminente guerrero, del virtuoso é ilustre héroe”.
En su decreto, Urquiza no omite lanzar una crítica a Juan Manuel de Rosas, entonces gobernador de Buenos Aires, al dejar aclarado que en aquel estado no se evidenció “ninguna demostración de gratitud ni de dolor por la muerte del distinguido General San Martín”.
Lo cierto es que el homenaje tampoco fue completo en Entre Ríos como lo deseó Urquiza, y se debió esperar exactos cien años para que la columna sea levantada.
Bien avanzado su mandato, Héctor Maya tenía ya una respuesta a sus interrogantes: la Columna del Libertador no se construyó porque los jordanistas jamás materializarían una iniciativa de Urquiza; tanto como que los admiradores de Urquiza del siglo veinte no permitirían que se erija el monumento a Gregoria Pérez de Denis porque consideraban que algunos de sus descendientes estuvieron involucrados en los movimientos sediciosos de López Jordán. Entonces, la estatua construida en 1911 por Torcuato Tasso esperó casi cuarenta años a la sombra.
Con gran olfato político, el gobernador Maya entendió que podía reservarse para sí el rol de quien tiene por misión cerrar viejas heridas, aun cuando tuviera mayor simpatía por Juan Manuel de Rosas que por los caudillos entrerrianos. Entonces, ordenó ubicar en calle Larramendi, camino a Bajada Grande, la figura de la benefactora de Belgrano, y construir en la costanera alta del Parque Urquiza la postergada Columna del Libertador.
La erección de ambos monumentos fue, además, una obra impulsada por las Brigadas Federales, nombre de tono marcial con que se denominaba a los equipos de trabajos culturales que tenían por misión exaltar el espíritu federal en la provincia, en tiempos en que la relación del gobernador Maya y el presidente Juan Domingo Perón no era de la mejor.
El hijo del ex gobernador justicialista, ex senador nacional Héctor María Maya, lo explica así al cronista: “Mi padre quiso poner de manifiesto el espíritu federal, en contraposición con el centralismo. Era una forma de contestar a la arremetida de Buenos Aires en varios episodios, como por ejemplo cuando Perón pretendió, en 1948, nombrar los candidatos a senador nacional por Entre Ríos, y aquí no se aceptó y se hicieron elecciones internas, o cuando Perón buscaba la reelección y desde esta provincia se mantenía la postura contraria”.
Maya hijo cuenta que las Brigadas Federales fueron un programa en el que se difundía la cultura entrerriana por los distintos pueblos del interior. Al frente de la iniciativa se encontraba el director de Cultura de la Provincia de Entre Ríos, un santiagueño de apellido Manzioni a quienes todos conocían como El Tigre, hermano menor de Homero Manzi. De esas cabezas salió la idea de levantar la columna estilo corintio, rematada por la figura imponente del cóndor, con la que se puso fin a un conjuro de cien años.
CREDITO: Archivo Histórico de la Nación
El general Urquiza ordenó construir la columna. Cien años más tarde, en la gestión de Héctor Maya se dio comienzo a los trabajos, que se completaron en el período en que gobernó Ramón Albariño.
La figura del cóndor de bronce es obra del artista Conrado Noli. La columna la realizó el arquitecto Osvaldo Rapetti, y los escudos fueron construidos por León Nux.