13/10/2023 - De fábrica a shopping

La sombra de un imperio

Hacia finales del mes de septiembre de 2023, Paraná sumó un nuevo espacio comercial: el shopping Paseo del Paraná. Al lugar se lo conoció como la “fábrica de fósforos” por la actividad fabril que allí se desarrolló desde 1905 hasta un impreciso año de finales del siglo XX. En esta nota, repasamos la historia del lugar.

Jorge Riani

“Un yuyo crece en el exacto punto donde el cemento deja lugar al ladrillo visto del muro. Un gato persigue a un ratón que presiente que tiene esos 14.800 metros cuadrados donde esconderse. Un cartel se despinta día a día y su advertencia de “Cuidado, guardia armado” suena graciosa y triste a la vez. Es una imagen de vulgar urbanidad. No tiene importancia, pero el cronista se queda pensando en el escenario donde todo eso pasa. Es un templo. Un templo al olvido, al abandono. Un recuerdo doloroso de lo que fue y una herida sangrante de lo que es. Es lo que queda de la fábrica de mayor importancia en la floreciente ciudad que fue Paraná en el primer lustro del siglo XX. Eso que está ahí, en el cuarto de la manzana que abarca las calles Corrientes, San Lorenzo y San Juan, es el cadáver de la fábrica de fósforos”.

De ese modo comenzábamos la nota sobre lo que fue la fábrica de fósforos en Paraná, que dejó historias y un enorme y bello edificio como testimonio. En ese edificio, próximamente será inaugurado el shopping “Paseo del Paraná”.

Un edificio imponente con una gran chimenea, con túneles, con espaciosos galpones y con un tanque en forma de mirador que se eleva desafiante entre las otras construcciones, es lo que quedó de la fábrica, “en medio de una escalofriante quietud que lo hace ver todo como el espinazo del pescado que alguien se comió sin avisar”, decíamos en el libro “Relicario. Crónicas urbanas de Paraná”.

Ofelia Sors, en “Paraná, dos siglos y cuarto de su evolución urbana”, considera a la fábrica de fósforos Victoria como el establecimiento fabril más importante que tuvo la ciudad, junto a dos fábricas de cales. Domingo Ildefonso Nanni, en “Mi pequeño mundo”, no duda en decir que se trató de una de las empresas de mayor envergadura que tuvo Paraná.

En su libro de recuerdos, tan cargado de emociones colectivas, el doctor Nanni comienza contando la historia de la fábrica de fósforos desde la óptica de vecino.

“Siendo yo todavía muy niño, con cinco o seis años, veía pasar diariamente frente a mi casa, por la mañana temprano, y a distintas horas del día, según los turnos que se cumplían, una larga hilera, especialmente de mujeres, que se dirigían hacia su trabajo, dos cuadras más adelante, donde se hallaba la fábrica de fósforos”, rememora, y enseguida da un dato que asombra: “Para aquella época, se calculaba que el número de empleados que tenía la fábrica llegaba a setecientas cincuenta personas”. ¡750 empleados!

La Compañía General de Fósforos fue fundada en 1905, con capitales italianos. Cuando la firma fue adquirida por empresarios suecos, en la década de 1930, la fábrica pasó a llamarse Sudamericana Sociedad Anónima.

El edificio de la fábrica de fósforos integra el conjunto de inmuebles que los arquitectos Mariela Doce y Alejando Yonson y el profesor de historia Walter Musich relevaron en el marco de un minucioso trabajo de investigación que financia el Consejo Federal de Inversiones, y que constituye el inventario del patrimonio histórico arquitectónico de Paraná.

“El edificio de la fábrica de fósforos –perteneciente a una importante firma que además producía en otros puntos del país libros, naipes, papeles, esteatina, aceites, hilados, entre otras cosas– constituye uno de los pocos y mejores ejemplos de arquitectura industrial que posee la ciudad de Paraná”, dicen los investigadores.

Con lenguaje de arquitectos, quienes trabajaron en el relevamiento destacan que el edificio “sigue los conceptos de la arquitectura funcionalista, pero con una preocupación especial por lo estético”, y precisan que se trata de un estilo ecléctico de particulares características que le otorgan los muros con ladrillos a la vista.

Por debajo del edificio se desparrama un laberinto de túneles: una especie de sistema nervioso por donde corrían kilómetros de correas de cuero y poleas que hacían el trabajo subterráneo necesario para el funcionamiento de las máquinas ubicadas en la superficie. El edificio tiene la virtud de ser un ejemplo que deslumbra por sus detalles arquitectónicos y de ingeniería.

“La necesidad del uso de agua sin sales fue prevista inteligentemente mediante la utilización del agua de lluvia. Toda la que caía sobre los techos iba a parar a una enorme cisterna. El agua recolectada servía para las calderas que por producción de calor generaban vapor, utilizado en el trabajo manual”, revela Nanni, y regala una anécdota: “El agua de cisterna estaba siempre iluminada y se cuenta que por las noches los empleados que quedaban la utilizaban como pileta de natación”.

Alfredo Samuel Navarro se jubiló como jefe de Mantenimiento de esa fábrica, en la que su padre trabajó como carpintero. A los 15 años, en 1940, ingresó como aprendiz mecánico; pasó por varios puestos hasta que un invento suyo le dio la posibilidad del gran salto dentro de la empresa.

El cronista le pregunta. Indaga, busca respuesta a una inquietud: ¿Cómo llega una fábrica de tal envergadura a convertirse en poco menos que la sombra de lo que fue? La pregunta queda en el aire, y para responder está don Navarro, que vivió nueve años en la casa que integra el complejo fabril. Que conoció de cerca su brillo y su ocaso oscurecedor.

“Y… antes se hacía todo a mano. Después fueron llegando las máquinas que empezaron a reemplazar a la gente”, dice. Él mismo inventó una máquina que reemplazó a dos empleados. “Yo quería hacer algo para mejorar la producción”, explica antes de precisar que su invento cumplió un paso importante en el armado de las cajas de fósforos. El invento fue utilizado en otras fábricas que la firma poseía en Latinoamérica.

En la planta de Paraná se hacían fósforos de cera y de papel. Los de madera se fabricaban en Buenos Aires. “Resultaba muy costoso hacer los pabilos (palitos del fósforo) de algodón o de papel, que venían de Suecia. Entonces, poco a poco, se empezó a hablar de que la fábrica iba a cerrar”, cuenta.

Para la fabricación de fósforos se requería una gran variedad de productos químicos. Se armaban con azufre, sulfuro, clorato, sulfato de zinc, harina y colorante.

“Los muchachos armaban petacas con sulfuro y clorato, porque esos elementos se podían juntar siempre y cuando estén mojados, pero cuando se secaban, se producía una gran explosión”, dice Navarro antes de agregar que era muy común que en los galpones se produjeran incendios, que no tardaban en ser extinguidos, para alivio de toda la planta.

Festejo del Día del Trabajador en la fábrica de fósforos. La foto, publicada en el Facebook del Archivo Histórico de Entre Ríos, tiene como crédito: “gentileza, Miriam Barzola”. Y en portada se publica una antigua postal coloreada, también de la desaparecida fábrica.

Las palabras del ex jefe de Mantenimiento dan pie para preguntarle sobre una versión que existió en la época de la última dictadura. Cuentan que los militares gestionaron medidas extremas para garantizar que los productos explosivos de la fábrica no terminen en manos de “grupos subversivos”. “Sí, puede ser –confirma Navarro–. Usted no se da una idea de lo que pueden hacer un poco de sulfuro y clorato juntos.”

Ya se sabe: no existió el mismo celo por resguardar las industrias, y la fábrica de fósforos transitó malherida las últimas décadas del siglo XX.

Así cerrábamos la crónica antes de que arribe el actual shopping: “Hoy, la fábrica de fósforos no es más que una denominación hueca en el glosario urbano de Paraná. Un testimonio del país. Una muestra de orfandad. No hay empleados haciendo cola para entrar a trabajar, ni camiones ingresando o saliendo cargados hasta el tope. La vida del lugar sólo fluye del parque que rodea el edificio. Los ligustros, pinos, sauces, ceibos, olivos, álamos y magnolias se resisten a morir. Aunque a su lado haya caído un imperio”.