La discusión por el lugar donde debía radicarse la capital provincial generó enorme producción periodística y bibliográfica. La primera referencia, en 1814 fija a Concepción del Uruguay como lugar de asentamiento de las autoridades gubernamentales. Pero luego se produjeron un ida y vuelta extensos y fatigantes hasta que la radicación ¿definitiva? de la capital se produjo en Paraná.
Jorge Riani
No le fue fácil a Evaristo Carriego ejercer como juez en la histórica ciudad del oriente entrerriano. “Acepté el cargo de juez de Primera Instancia de Concepción del Uruguay. Corría el año de 1858, particularmente difícil, sobre todo por la oposición de colegas, que no admitían a un paranaense, desafecto a Urquiza”, testimonió el periodista, abogado, escritor y juez.
No le alcanzó al lúcido Evaristo exhibir su apellido cargado de historia, ni sus dotes de periodista polémico, mordaz y preciso. Fue difícil ser paranaense en tierra de uruguayenses, denunció él.
“Nunca me pude explicar, en conciencia, las razones convincentes que separaban, abruptamente, a los habitantes de Paraná y Uruguay. ¿Tendrían apoyo los que aseveraban que el lecho del Paraná, constituido por marismas, y el Uruguay por rocas firmes, conformaban el carácter de sus residentes, pendulares los primeros y férreos los segundos? Debo declarar que, si bien el péndulo marca las horas, con apacible sincronía, lo férreo mantiene un capricho y crea porfía. No duré allí, dada la malquerencia y el penoso accionar de los que no advertían que la lucha por el derecho se hacía con la palabra vivaz, la certeza en el juicio y no fuera de quicio, confiriendo la verdad frente a lo tumultuario”.
Las palabras de Evaristo cargan con algún grado de resentimiento solventado en su experiencia y, en cualquier caso, expresa una revelación histórica: la aversión que atraviesa montes, cuchillas, lagos y se clava en el preciso objetivo de la condición paranaense.
Faltaba todavía un cuarto de siglo para que las pulseadas sobre la radicación de la capital provincial encendieran las pasiones de ambas orillas, pero Carriego ya dejaba en evidencia la tirria cruzada. ¡Claro!, por esos años Paraná se avecinaba a su condición de capital de la Confederación Argentina: un rango político, ciudadano y urbanístico que sólo experimentó Buenos Aires, además de esta ciudad entrerriana que despabilaba, al ritmo frenético de los hechos, su modorra de aldea sin fundación.
Pionera
Que Ramírez, López Jordán (p) y Urquiza hayan nacido en lo que luego fue Concepción del Uruguay otorga a la ciudad un carácter particularmente proclive a convertirse en escenario de los hechos fundacionales de Entre Ríos.
Los primeros documentos no dejan lugar a dudas. El 10 de septiembre de 1814, el directorio supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata, Gervasio Antonio de Posadas dio carácter institucional al Estado provincial. “El territorio de Entre Ríos, con todos sus pueblos, formará desde hoy en adelante una provincia del Estado con la denominación de provincia del Entre Ríos”, decretó en el primer artículo de la normativa. En el segundo punto fijó los límites; en el tercero dejó en claro su condición independiente del municipio de Buenos Aires y ya para el cuarto artículo fijó preferencia: “La villa de la Concepción del Uruguay será la capital de la provincia de Entre Ríos, y la ciudad de Corrientes la de la provincia de su nombre. Los gobernadores intendentes tendrán su residencia ordinaria en las capitales; pero en tiempo de guerra y siempre que lo exija la necesidad, el gobernador intendente de Corrientes residirá en el pueblo de Candelaria”.
Sin embargo, no tardaría mucho en que la capital se traslade a Paraná, iniciando así un tironeo histórico de idas y vueltas. La asamblea del año 1813 le otorgó status de Villa a Paraná, una ciudad que hasta entonces no era más que la conformación de hecho de un poblado que se integraba por el derrame ciudadano de Santa Fe.
Se produce una singular situación: Paraná fue designada capital en 1822, ¡cuatro años antes de que sea considerada como ciudad”. Y otra extrañeza histórica más: fue el diputado Justo José de Urquiza –a la sazón el hombre fuerte del Litoral, el organizador constitucional del país– quien propuso la elevación del territorio paranaense a la condición de ciudad. ¡Un uruguayense y no cualquiera!
En un artículo que firma el historiador Andrés G. García –y que se mantuvo inédito hasta que el 30 de mayo de 2001, cuando el semanario El Miércoles, de Concepción del Uruguay, lo publicó– se lee un episodio de la puja y una valoración política: “Habiendo sobrevenido la fratricida lucha por las ‘virtudes’ del caudillaje que tan nefastas secuelas dejaron por estas benditas tierras, la capital provincial fue a parar a Paraná, por pura prepotencia de los más fuertes o poderosos del momento, donde funcionó como tal hasta que en 1860 se dictó, por la Convención Constituyente de la Provincia de Entre Ríos, la ley cuyo tenor literal dice así: reinstálase en su rango de Capital de la Provincia a la ciudad de Concepción del Uruguay”.
Algunos entrerrianos de la histórica ciudad celebraron con júbilo ciudadano, otros expresaron un jolgorio rayano en el chauvinismo. En cualquier caso, no fue un hecho menor para los uruguayenses dar cobijo nuevamente a las autoridades de la provincia. Le tocó a un hijo de esa ciudad, ejerciendo la presidencia de la Convención Constituyente, Manuel Urdinarrain, firmar el 4 de abril de 1860 la vuelta de la capital a Concepción del Uruguay.
La definición
Parecía un capítulo cerrado el asunto de la capital en Entre Ríos. Paraná ya había vivido su máximo esplendor como ciudad de residencia del gobierno nacional, entre el 24 de marzo de 1854 y el 2 de diciembre de 1861. En ese período fue capital de la Confederación Argentina hasta que Buenos Aires resultó designada capital del país en 1862.
Y en la escena política irrumpió un general paranaense con una fuerte preponderancia política: había combatido en Paraguay, participado de la avanzada militar que se conoce con el nombre de Campaña del Desierto, y con esas credenciales llegó a la gobernación de Entre Ríos.
Más tarde sería ministro de Guerra y Marina en las presidencias de Juárez Celman y de Sáenz Peña.
Como gobernador, Racedo llamó a reformar la Constitución, y a fuerza de verdad hay que decir que esa instancia política permitió la democratización de espacios que hasta entonces estaban bajo la exclusiva órbita de la Iglesia. Por ejemplo, el Registro Civil y los cementerios.
En Paraná, se lo recuerda por su obra; en Concepción del Uruguay, se lo reprueba por el traslado de la capital. Es notable el encono que perdura contra la figura del militar y político.
“Sí, claro que sabemos quién fue Racedo”, respondió, seco, un profesor de Historia, licenciándose en Periodismo, hace unos pocos años cuando el autor de esta nota –al frente de una materia en la Universidad de Concepción del Uruguay– hizo referencia al gobernador paranaense.
Estaba claro que encerraba su respuesta una indisimulable ojeriza.
Desde la ciudad natal de Urquiza, Andrés G. García escribió: “aquí funcionó la capital con su jerarquía de tal hasta el año 1883, en que el gobernador Gral. Racedo (jordanista) y el doctor Miguel E. Laurencena (jordanista y después radical), como ministro de aquel, amasijaron el traslado nuevamente a Paraná, donde funciona desde entonces contrariando la disposición legal de su ubicación, sin más causa ni razón que la prepotencia circunstancial del momento político en que se consumó el despojo”. Es mucho el encono.
Lobby
Como a nivel nacional se dio la discusión sobre el lugar de radicación de la capitalización, con batallas periodísticas memorables, también en Entre Ríos hubo una fuerte puja a través de las letras.
Si el diario La Capital se fundó con dineros cercanos a la figura de Urquiza para solventar la idea de que las autoridades nacionales debían radicarse en Rosario, en Concepción del Uruguay se hizo lo propio.
Se formó en la ciudad del oriente entrerriano la Asociación de Amigos de la Capital Histórica, la Comisión Defensora de la Intereses de la ciudad de Concepción del Uruguay y el Comité Central Costa Uruguay.
En otras ciudades percutía el desvelo uruguayense. En La Capital, Porfirio G. Tenreyro fundamentó la capitalización de Concepción del Uruguay, mientras que Clodomiro Cordero publicó un libro titulado Horacios y Curiacios, donde se escribió en igual sentido.
Un enorme conjunto de políticos y periodistas se volcaron por una posición u otra. Hasta Sarmiento opinó que era nula la convocatoria a la Asamblea Constituyente, y esa instancia fue muy bien propagandeada por los uruguayenses.
No faltaban los autores, como Dámaso Salvatierra –íntimo amigo de Ricardo López Jordán–, que desde Buenos Aires opinaba que la discusión por la radicación de la capital acarrearía más problemas que beneficios. “Cualquier ciudad de Entre Ríos es provincia, y lo que pierde una, lo gana otra”, apuntó.
¿Corrupción?
En un documentado trabajo de Oscar Urquiza Almandóz, editado por la logia masónica Jorge Washington, de Concepción del Uruguay, se aludió a una fuerte denuncia que se ventiló por aquellos años de pasión y pulseada. “El traslado de la capital –apuntó– constituyó un hecho irreversible. Un sector de la provincia había trabajado para que así ocurriera. Otro sector había bregado con denuedo para defender la situación existente. Unos y otros habían invocado lo que creían era su mejor derecho, esgrimiendo para ello parecidas razones de carácter histórico, económico, político y estratégico.
Pero pudo haber algo más. Al menos así se lo denunció en la época. El interés de algunos particulares por valorizar las tierras de la zona del Paraná, fue señalado como una de las causales determinantes del traslado de la capital”, denunció.
La Histórica –como se conoce a la vieja capital entrerriana– vivió el traslado con furia y conmoción, al punto que antes de que Racedo se trasladara a Paraná estuvo a punto de ser asesinado. Hubo un plan para matarlo cuando pasara rumbo a su oficina, frente al mercado local, pero el operativo fue desbaratado antes de ejecutarse.
Por el proyectado atentado fueron procesadas personas con apellidos de peso: Juan M. Seró, José G. Mariño, Paulino Escobar, Luis Pérez Colman, José Miño y el ex convencional por Concepción, Anastasio Cardassy.
El The High Life, “semanario científico, literario, noticioso y humorístico”, pintó el clima del momento: “La Concepción del Uruguay está triste, silenciosa, como esas heroínas de las baladas alemanas que van a llorar al borde de la fuente, o como esa mujer de Guido Spano que, marmórea y desmayada, se vestía en blanca neblina; sauce lloroso inclinado al borde de la laguna”.
Inmediatamente del traslado, Concepción del Uruguay vio disminuir la población civil, el valor de la propiedad cayó estrepitosamente y las consecuencias sociales no tardaron en hacerse evidentes.
Racedo logró su propósito y comenzó inmediatamente la construcción de la imponente Casa de Gobierno. La calle que pasa frente a la actual sede de gobierno lleva el nombre de quien presidió la Asamblea Constituyente que devolvió la capitalía a esta ciudad: Gregorio Fernández de la Puente.
En Concepción del Uruguay queda el sabor amargo de la historia. En Paraná, la soberbia de no entrar en el debate.