17/12/2023 - Turismo cultural

El legado de los colonos judíos en Entre Ríos

Un circuito por un puñado de pueblos del centro de la provincia permite conocer la historia, la arquitectura típica y el estilo de vida de los antiguos inmigrantes llegados de Rusia y otros países europeos.

Jorge Riani

En el centro de Entre Ríos, entre campos de verde perenne y unidas por vías del ferrocarril, existe un puñado de pequeñas ciudades que comparten cosas en común: un pasado, un presente y una corriente inmigratoria que dejó huellas profundas en la cultura y en el patrimonio. Villa Domínguez, Villa Clara, Basavilbaso, Rajil, San Gregorio, Carmel, Leven, Las Moscas son algunas de las localidades fundadas a partir de la colonización social de los inmigrantes judíos, que llegaron al país escapando de las fauces del hambre primero y de la intolerancia, después.

Hoy, entre todas conforman un circuito turístico que atrae visitantes de distintas provincias argentinas y de otros países. Cada año llegan delegaciones de estadounidenses, franceses, canadienses, israelíes para recorrer lo que se llama “Circuito Judío del Centro de Entre Ríos” y que se enmarca en el rubro de turismo cultural.

El circuito ofrece la arquitectura, por algunos tramos rudimentaria, por otros ciertamente clásica, de paredes altas y salas espaciosas. Las sinagogas, con sus vidrios de colores que tiñen la atmósfera interna, aportan una cuota de exotismo al recorrido.

En el trayecto hay un mensaje que habla de un pasado esplendoroso, y un brillo que no cuesta imaginar sobre las paredes, abrazadas por el paso del tiempo y marcadas por la migración de varias familias que optaron por probar suerte en las ciudades. “Lo que más crece es el cementerio, y hoy casi ninguna sinagoga funciona”, dice Juan Britch, uno de los tres guías que explican el circuito.

Cada sinagoga tiene su historia. Enclavadas en medio del verde, en solares que distintas familias cedían con la finalidad de que sus comunidades tuvieran sus templos, las sinagogas encierran historias.

Manos artesanas

Beth Abraham, por ejemplo, es el nombre de una sinagoga a la que popularmente se conoció como “la de los artesanos”. Fue inaugurada en 1917 y es el resultado de los oficios que muchos inmigrantes traían de sus países de origen. Carpinteros, albañiles, pintores y herreros dejaron plasmado en ese edificio lo que mejor sabían hacer. Y el resultado es un templo llamativo desde la entrada, por la reja finamente trabajada.

En el interior, una pintura en trompe-l’oeil, de estilo realista ingenuo, en la que se destacan dos leones que nunca faltan en todo el recorrido, habla también de la confluencia de oficios que se dan en ese templo.

Es muy común ver los quinqués colgados en los salones claros de los templos. Es el caso de la sinagoga rancho, llamada Novibuco, que fue inaugurada en 1895 y que dio cobijo en sus amplios salones no sólo a las actividades religiosas, sino también a las primeras acciones de las cooperativas y escuelas en las que se alterna el ídish con el castellano.

De estas colonias salieron las primeras cooperativas agrícolas del país. Los museos testimonian el carácter progresista de la inmigración judía, que dejó el legado del asociativismo ligado a la actividad campestre.

El ferrocarril acompaña todo el trayecto y las vías atraviesan el corazón de los pueblos. Los silos, las casas con techos a dos aguas donde vivieron los primeros colonos que convirtieron sectores de selva cerrada en un vergel productivo, las escuelas ídish, los cementerios con sus mármoles negros, rojizos o grises, los museos cargados de elementos escrito con grafías hebreas del ídish jalonan el circuito de los visitantes.

El gaucho judío

En los museos se advierte la alta politización de los principales líderes judíos. Hay afiches que apoyan y celebran la Revolución Rusa, panfletos socialistas y anarquistas, pero también una buena cantidad de libros con motivos patrios y explicaciones en ídish, que ayudaron a conformar ese sujeto social que describió Alberto Gerchunoff: el gaucho judío entrerriano.

Villa Domínguez aporta uno de los lugares más conmovedores para visitar: un enorme galpón con columnas internas y tirantes de madera, con techo a dos aguas. En su interior se ven objetos de los que se valieron los colonos para convertir esos montes en tierras productivas. Hay lanzallamas con los que se dio batalla a la plaga de las langostas, carruajes rusos y carros criollos con los que trasladaban los frutos del trabajo y de la tierra, arados manuales, y una caja negra que tiene tallado el modo en que la llamaban: caja fraternal. Se trata de una especie de alcancía popular que reunía dinero para ir en auxilio de algún colono que corriera el riesgo de ser desalojado de las parcelas para la colonización.

Esa caja oscura y cargada de humedad, casi abandonada y fuera del circuito de objetos del museo, demuestra el carácter solidario que caracterizó a esas sociedades que dieron origen a las primeras cooperativas argentinas.

Pero lo que más conmueve del lugar es saber que por allí pasaron 300.000 colonos que llegaban de Rusia y otros países europeos. Ahí gastaron sus primeras noches entrerrianas los inmigrantes, luego de hacer un trayecto fluvial que unía Buenos Aires-Concepción del Uruguay, y de allí, en tren hasta el lugar.

El galpón fue rescatado por la Fundación Judaica y hoy oficia de museo. En tiempos en que se utilizaba como hotel de inmigrantes, se concentraron los futuros colonos y sus tribulaciones, pero también sus esperanzas. En 1894, unos 110 niños y mujeres murieron bajo ese techo por un brote de tifus. Pero también en esa instalación comenzó a ponerse en movimiento la economía social que transformó el litoral argentino. De allí surgieron las primeras cooperativas, las primeras aseguradoras rurales.

El circuito está muy bien organizado. Las visitas, con explicaciones precisas en cada lugar, alternan con algunas actividades comunitarias y una jornada gastronómica, que incluye comidas típicas judías. Varenikes, burekas, knishes, strudel son algunos de los platos que se ofrecen a los turistas.

El trayecto tiene un servicio de guías turísticos que transmiten mucho más que lo evidente: cuentan historias, aportan datos, relatan una vida pasada donde hay héroes dignos de ser conocidos, como los casos del médico Noé Iarcho y el ingeniero Sajaroff. Se trata de filántropos que dieron sus mejores años, sus ideas, sus saberes y sus fortunas personales para concretar una colonización social con bases justas y que premiaba el esfuerzo.