Hija de un matrimonio de inmigrantes genoveses, con 15 hermanos, Teresa Ratto tuvo una vida de sacrificio. Una vida que vale la pena conocer. Pasen y vean, aquí, en Revista Contexto.
Jorge Riani
En medio de la pandemia que mandó al planeta a guardarse, hay vidas inspiradoras que iluminan porque sus horas, sus tribulaciones, sus espíritu de superación están hecho de material noble. Es el caso de Teresa Ratto, la primera médica mujer de Entre Ríos que tuvo una vida de novela.
En Paraná su nombre asomó cuando, por esta nota que incluimos a continuación salió integrando el libro Entre Ríos Secreta y desde allí el funcionario Carlos Ramos le impuso el nombre de la eminente entrerriana al nuevo hospital de la Baxada, en Paraná.
Pero en Concepción del Uruguay su figura ha sido mucho más venerada gracias a trabajos de investigación como los que hicieron Américo Schvartzman y Laura Erpen, entre otras personas. De cualquier modo, el tesoro de la memoria, la militancia del recuerdo, el homenaje perpetuo ha sido sostenido por una sobrina de la médica, también llamada Teresita Ratto.
A principio de este año, la vicegobernadora Laura Stratta la visitó en su casa de Concepción del Uruguay, para contribuir a mantener vivo el ejemplo de la entrerriana pionera. La vicegobernadora había llegado a la vieja casona donde el tiempo se detuvo de una forma conmovedora y asombrosa. Una de las fotos que ilustra ese encuentro se incluye en este artículo, más otras de los elementos que el autor de la nota encontró en el lugar. A continuación, quién fue Teresa Ratto.
La inspiradora vida de la primera médica entrerriana
Un rictus leve, un gesto esbozado. En cualquier caso, una sonrisa inescrutable. “La muerte hacía su mueca a través de su sana sonrisa de niña buena”, dirá Zubiaur en las horas decisivas. “La sonrisa de enferma –describió– modulaba sus labios sin la robusta manifestación de la juventud”.
Teresa Ratto, cabellos negros, ojos que interpelan con una mirada profunda pero serena, la sonrisa insinuada siempre presente, observa desde el retrato. La luz acuosa y amarillenta de las lámparas, en fila, sobre las mesas de lectura en la biblioteca del Colegio del Uruguay permite descubrir su imagen.
Aparece como un fantasma en la semipenumbra. El cuadro de la biblioteca interrumpe la monotonía de la madera que envuelve toda la sala y perpetúa la memoria de la gran alumna. La primera de ellas. La mejor.
La luz eléctrica, internet, la digitalización de texto están discretamente expresados en una biblioteca que aún conserva la atmósfera que la misma Teresa atravesó, cada vez, para pedir algún texto de estudio.
Teresa Ratto fue la primera alumna del histórico colegio que Urquiza creó en Concepción del Uruguay. La primera alumna del primer colegio laico, gratuito, pero también inicialmente cerrado a las mujeres.
Los derechos individuales y colectivos tardaron en llegar para todos. Pero hubo personas que pelearon por abrir puertas, y Teresa fue una de ellas. Insistió hasta poder hacer el bachillerato, paso necesario para su ingreso a la Universidad.
Había egresado ya como docente de la Escuela Normal, aunque sus metas estaban mucho más allá. El educador José Zubiaur –brillante, reformista, adelantado– batalló junto con Teresa para que las puertas del colegio se abrieran a la joven entrerriana.
El intercambio de cartas fue intenso y decidido. Concluyó con un agradecimiento de Zubiaur al ministro sólo cuando Teresa Ratto pasó a ocupar un lugar en las aulas.
Pionera
Teresa Ratto fue la primera bachiller del país, la primera médica de Entre Ríos y ocupó un lugar batallador en el primer centro de estudiantes de Argentina.
Cecilia Grierson inscribió su nombre en la historia como la primera mujer argentina graduada como médica. La salud le dio vida suficiente para entregar sus años a la investigación, la educación, la militancia, donar la única propiedad que tenía al Estado y morir vieja y pobre. La doctora Grierson fue mentora de Teresa Raffo; una inspiradora para la entrerriana.
“En un tiempo breve –interrumpido por desgracias y enfermedades– Teresa trabajó intensamente dos años en los que se desató una epidemia. Fue designada jefa de vacunación de la Asistencia Pública de Buenos Aires y participó de la fundación del Centro de Universitarias Argentinas –una de las primeras organizaciones feministas del país– junto a la doctora Grierson y otras destacadas precursoras de los derechos de la mujer. En sus años de estudio, además, Teresa había integrado el primer centro de estudiantes universitario que se formó en la historia de la educación argentina, el de Medicina creado en septiembre de 1900”, escribió Américo Schvartzman, uno de los periodistas e investigador que más ha divulgado la historia de la pionera entrerriana.
Teresa Ratto gozó del fruto de la educación normalista –luminoso pero único enclave hasta donde podían acceder las mujeres en materia educativa–, batalló por su derecho a ingresar a la Universidad de Buenos Aires de la que egresó en 1903, quince años antes de que la Reforma Universitaria argentina iluminara al mundo occidental con su ejemplo.
Cómo médica dedicó sus esfuerzos a la atención desde la esfera estatal, sin descuidar su lucha permanente por el acceso de la mujer a los derechos plenos de todo ciudadano. ¡Hizo todo eso y murió a los 29 años!
“Teresa era tan buena, tan inteligente, con un porvenir halagüeño en que parecía que le sonreía la felicidad y la fortuna”, dice la carta que Cecilia Grierson envió a su familia apenas supo de la muerte. “Sarcasmo del destino –agregó–, después de una vida llena de lucha, sacrificio y dolor merecía gozar de su esfuerzo”.
Inteligente y decidida, Teresa quizás no alcanzó a conocer en su vida que combina fugacidad temporal con una condición perdurable por la esencia de su obra, el amor de una pareja. Así lo dijo Zubiaur, su maestro, al momento de la sepultura: “¿Sopló Cupido alguna vez sus cálidas palabras sobre los cabellos negros que orlaban su frente pura y pensadora? Creo que no; tal era la serenidad inalterable que resplandecía, con tenue luz de pureza prístina, a su frente de Minerva, seria y pensadora. Pero ninguna mujer más digna de ser amada que ella…”.
La vida no le fue fácil. Ni tampoco a su familia, integrada por madre y padre genoveses que trajeron al mundo a 16 hijos. Cuando ingresó a la escuela, Teresa contrajo tifus y su salud se resquebrajó más y más con el correr de los años.
“Falleció por una peritonitis. Con ímpetu juvenil y en poco tiempo, había desafiado todos los esquemas retrógrados de la época y se lanzó a cumplir con su vocación, ocupando de hecho un plano de igualdad con los hombres”, reflexionó Schvartzman.
La medicina no fue reaseguro de status social para Teresa; fue sacrificio, reflexiona una estudiante entrerriana de la Universidad Nacional del Litoral, que en un par de años dará su primera promoción de médicos.
Contó que cuando las fuerzas flaquean recuerda la foto que cuelga en la pared del Colegio del Uruguay, frente a la cual, precisamente, se decidió a abrazar la misma carrera que la pionera. Porque la sonrisa de Teresa es inescrutable, pero se sabe que su evocación funciona como un antídoto ante las adversidades.