14/05/2020 - Proyecto escritorio

El tesoro de Enrique Pereira

Hace 11 años murió Enrique Pereira, un militante que atesoró historias políticas en centenares de artículos y en un diccionario que fue construyéndose con paciencia de escriba medieval. Como lo único que Enrique tenía de medieval era la paciencia, terminó elaborando una memoria colectiva escrita de enorme importancia. Hace unos días, hablamos con Ramiro Pereira, que conoció como pocos el abigarrado refugio de libros y objetos de su padre. De esa inquietud, nació la nota que sigue y con la que inauguramos una sección llamada Proyecto Escritorio.

Ramiro Pereira

“Tenés que escribir algo sobre los tesoros que te dejó tu viejo”. Algo más o menos así fue lo que me dijo Jorge Riani hace una semana, por videoconferencia (1). Esta última palabra se torna un tanto inadecuada para referirse a lo que fue una charla de madrugada, mediada por el video de Whatsapp, en el contexto del aislamiento sanitario. 

Quienes tenemos cierta edad no terminamos de asombrarnos por este medio tecnológico que nos permite ejercitar el sano arte de la conversación. Pero es la conversación -y no el medio- el centro del asunto, aunque la distancia física hizo que yo la acompañara con un té que me hizo mi hija mayor, mientras Jorge me aventajaba con una bebida etílica, que asumo era cerveza. 

En cualquier caso, gracias a Youtube descubrí y disfruto hace varios años del jazz. Así que esa hora y media de cuarentena fue amenizada por la música. Ello coadyuvó a los meandros en que derivan las conversaciones venturosas, que son precisamente aquellas en las que todo parece posible y en que puede observarse la belleza que habita hasta en los más recónditos y anodino asuntos.

De esa charla surgió la frase con la cual inicio este texto. Jorge ametralló con preguntas acerca de los objetos que eran de Enrique Pereira. De entrada quedó en claro que el tesoro de las cosas está marcado por el sentido que le dio su antiguo poseedor, y el valor que le da quien lo señala; en este caso, mi interlocutor. 

La insistencia de Riani me permitió suspender el pudor de escribir algo que es inexorablemente caerá en la autorreferencia. Por eso busqué acordar: “yo escribo sobre el viejo, pero dejo explicitado que es a pedido tuyo”. Y él me dio su visto bueno.

Escribir sobre los “tesoros” de alguien que partió “en la nave que nunca ha de tornar” es hablar del hombre cuya sombra pervive en el sentido de las cosas que fueran suyas. Y que yo atesoro. 

Un tercio de lo que fue su poblada biblioteca está en una de las tres habitaciones de mi estudio, junto a la parte más sustanciosa de sus muchos cuadros y afiches. 

Un amigo muy querido, radical por cierto (aunque carente del beneficio de ser entrerriano),  me hizo ver la sinrazón de tal museo.

Pero otro amigo, también muy querido y este sí entrerriano, aunque excesivo en su identidad peronista (tan excesiva como lo es mi identidad radical, por lo cual nos parecemos mucho), me dijo lo contrario: “tenés el deber de transmitirle todo esto a tu propio hijo”. 

Y en el medio, los tesoros.

Primero está lo obvio. El observador no atento mirará los cuadros con los afiches de Eduardo Laurencena y Fermín Garay, candidatos radicales a la gobernación y vicegobernación de Entre Ríos en 1943. La UCR triunfó en tales comicios. Las urnas confirmaban en el gobierno a un partido que lo ejercía en la Provincia desde 1914, habiendo pasado por la división (radical) de 1924 y la reunificación de 1934. Pero en 1943 Entre Ríos fue intervenida por la dictadura clérigo-militar y perdió su autonomía por vez primera en más de setenta años, y la fórmula de los afiches no alcanzó a asumir en sus cargos. 

Verá también un grabado de Hipólito Yrigoyen realizado en la década del ’30, que perteneciera a un intendente radical de Paraná de fines de esa década. 

Enrique Pereira, en su escritorio. (Foto Revista Contexto)

Tapas de caras y caretas, algunas geniales, como aquella en que Melo y Gallo espían por el orificio de llave de una puerta en la que está la oficina de “Hipólito Yrigoyen: personalista”. Uno de los dos políticos -que fueron compañeros de la Fórmula Única Antipersonalista en 1928- le dice al otro: “está completamente dormido” y el otro le contesta.. “no se fíe.. son mañas del viejo”. Y efectivamente, viejo y peludo nomás los peló.

Hay también un afiche de Alfonsín de 1972, que reza: “¡Renovación! con Alfonsín, el Radicalismo gana. Con el Radicalismo, gana el país”. Y el afiche republicano de la guerra civil española: “todos con un pensamiento único: ganar la guerra, sin lo cual se derrumbarán las conquistas de nuestra nueva república”.

Una foto de Balbín, dedicada. Otra -dedicada también- del presidente Illia. Se suma una de Carlos Contín y otra de Teodoro Marcó -gobernador y vice de 1963 hasta el golpe de estado síndico-militar de 1966. Un retrato de Marcelo T. de Alvea. Una medalla conmemorativa por la muerte de Leandro N. Alem, del año 1903. Fotografías de Manuel Azaña (presidente del gobierno y de la II República Española, y de Indalecio Prieto y Julián Besteiro, dirigentes socialistas durante la II República. Aparece otra de Enrique con Ramón Prat, senador socialista que fuera presidente del PSOE, con quien mi padre trabó amistad cuando se desempeñó como secretario de la Embajada Argentina en Madrid, a finales del gobierno de Alfonsín. Otra con Héctor Tizón, radical jujeño, uno de los más importantes exponentes de la literatura argentina, que vino a Paraná en el ’96 o ’97 invitado por mi padre (creo que entonces presidía la Asociación de Amigos del Museo de la ciudad).

En algún lugar; no sé si en mi estudio o en algún cajón de mi casa, hay pines de la bandera tricolor de la República Española. Nunca son suficientes las banderas republicanas (sonrío al escribir esta frase). En este punto quizás pudiera escucharse “Aquellas pequeñas cosas” de Joan Manuel Serrat.. quien por otra parte, a fines de la dictadura franquista osó ponerle música a los versos de los poetas republicanos Antonio Machado y Miguel Hernández. 

Continúo hablando de la proliferación excesiva de banderas republicanas. Esa tricolor (roja, amarilla y morada) que Joaquín Sabina canta en “De purísima y oro”, cuando pide “Para el corpus retales amarillos. Que aclaren el morao de las banderas”. Una de esas banderas se la obsequié hace unos años ya al Pepo Artusi, quien todo los años recuerda el 14 de abril a Enrique Pereira.(2)

Un soldadito republicano me lo rescató Maxi Monzón, quien también evitó la muerte herrumbrosa de una placa de bronce que el PSOE le obsequió a mi padre en 1993. Al haberse rescatado ese soldadito, el otro que tenía -con su pertinente bandera- se lo obsequié a Rodolfo Parente, quien hizo un muy sutil pedido al afecto. El soldadito mantiene enhiesta la bandera en su estudio jurídico diamantino, donde brillan cosas buenas y un decente y nada apolillado amor a lo humano y bello de la vida. 

El universo se expande, así parece. Algún día se contraerá y se encogerá hasta lo inimaginable, hasta volver a explotar y expandirse, en un ciclo que excede la comprensión vital de la concepción humana, donde todo es correr tras el viento de las cosas.

En este universo -donde nunca, nunca, nunca, debemos dejar de pelear “por el hermano que nos desconoce, y acaso nos golpea”- hay toda una habitación, no muy grande, repleta de libros que no pude traerme a mi estudio. 

Esa habitación está ubicada en la esquina donde estuvo el escritorio de Enrique y hoy hay una laboriosa peluquería. En esa habitación yacen dos mil, tres mil o más volúmenes -no lo sé- fundamentalmente de libros sobre la guerra de España, la II República, la dictadura franquista o la transición democrática española, donde hubo un rey para los republicanos.

Montañas de papeles, notas, recortes de diarios. Algunos que aún debo hurgar. Deploro además no encontrar por ningún lado -tras haberlos buscado- los diarios de sesiones de la Convención Nacional Constituyente de 1949 y de 1957, además del llamado “Libro Negro de la Segunda Tiranía”. En cambio, se conservan muy bien dos volúmenes de la editorial Mundo Peronista uno sobre “Filosofía Peronista” (1954) otro sobre “Técnica de adoctrinamiento” (1954), junto a uno anterior de Raúl Mendé de 1947 sobre la “Doctrina Peronista del Estado”. Está también, de Benjamín Villafañe, “Hora oscura. La ofensiva radical extremista contra la sociedad argentina”, de 1935. En la tapa (desgajada, tengo que hacerla encuadernar) se advierte “Si usted tiene algo que perder lea este libro”. 

Antes de detenerme y finalizar este escrito, quiero evocar aquella biblioteca que hubo durante casi veinte años en la esquina de calle Córdoba y Malvinas, donde hubo reuniones y charlas, y charlas, y reuniones, y trabajo en inasibles tareas.

No evoco la imagen borgeana de la biblioteca. No. Aquello era más bien una representación de la vocación del hombre, y en tal sentido, una obra de arte personalísima. 

La que dejó Enrique Pereira es una de las mejores bibliotecas que hay en la región sobre Guerra Civil Española y la República Española. (Fotos Revista Contexto)

Le pedí a mi madre, Luz Buscema, permiso para escribir lo que muchas veces ella me dijera sobre la biblioteca: “para mi, esa biblioteca es Enrique”.

Dije más arriba que el observador no atento mirará los cuadros con los afiches”.. y empecé a enunciar objetos. 

Pero quien esté atento (o avisado) verá en cambio algo mucho, muchísimo más sencillo, por sobre la superficie de las imágenes y símbolos. Algo tan simple como el recuerdo de un ser querido.

Las cosas, son reflejo del espíritu, pues lo valioso está en el hombre y la mujer. Un inmenso manantial de solidaridad con “el hermano que nos desconoce y acaso nos golpea” se impone frente a las cosas. Que son polvo. Y el recuerdo de mi viejo es superior a cualquier tesoro, mera sombra del cariño que aún persiste. Y estímulo de amor a la vida que viene. La hermosa vida.

Dejo ahora este texto a la benevolencia del lector, no sin antes recomendar no caer nunca en nostalgias excesivas. Yo me sé a salvo de ellas y con el cantautor cubano proclamo: “hay que quemar el cielo si es preciso, por vivir” (3).

 

(1) El 14 de mayo de 2009 se cumplen once años de muerte -por propia decisión- de Enrique Pereira. Adjunto el link de lo que escribí el año pasado:

https://www.paginapolitica.com/actualidad/a-diez-antildeos-de-la-muerte-de-enrique-pereira.htm

(2) El 14 de abril de 1931 fue proclamada la II República Española.

(3) En modo alguno ello significa adscripción al régimen castrista.