La historia menos conocida de Juan José Manauta no está escrita en un libro inédito sino en los tribunales argentinos, por haberle ganado un juicio por daños y perjuicios a la Unión Soviética. De Gualeguay a las listas negras de la dictadura y el leading case.
Juan Cruz Varela
Se sabe que Juan José Manauta es un extraordinario narrador de las peripecias sociales con un marcado realismo, una prosa comprometida y de fuerte denuncia social. Es menos conocido, en cambio, que su nombre es también un leading case en la justicia argentina, por haberle ganado un juicio a la Unión Soviética.
Manauta abrazó la causa comunista desde muy joven, pero no lo hizo inspirado en los principios de la Revolución Rusa ni en los textos de Marx y Engels, eso le llegaría más tarde, sino leyendo La madre, de Máximo Gorki, una obra que refleja el despertar de la clase obrera, luchando por los derechos fundamentales y que en esos años eran pisoteados por el zarismo ruso.
También por la influencia de Juan L. Ortiz, su amigo, en la conservadora sociedad gualeya de principios del siglo veinte. De hecho fue Juanele quien convenció al padre de Manauta para que le permitiera estudiar Letras en la Universidad Nacional de La Plata y quien forjó en él esa especial sensibilidad entre el paisaje y la relación dolorida de las personas.
En La Plata, Manauta se hizo hincha de Estudiantes, profesor de letras, aunque nunca ejerció como tal, se afilió a la Fede y de adulto militó en el Partido Comunista. Eso le costó primero la cárcel y después el destierro.
“Volví a Gualeguay pero tuve problemas con la policía por causa de mi militancia. Fui detenido, estuve un tiempo en Paraná y después me trajeron a Buenos Aires”, contó Manauta en el programa Los siete locos, en la televisión pública. Era el año 1944. “Hasta que un jefe de policía nos reúne, porque éramos varios los entrerrianos detenidos, entre ellos, Raúl Uranga, que después fue gobernador, y nos dice que íbamos a quedar en libertad, todo por gestiones del coronel Perón, que intentó amigarse con los comunistas; pero me dijo que no volviera a Entre Ríos porque si volvía iba a ser detenido nuevamente”.
En su vida fue peón en un aserradero, obrero de imprenta, corrector de pruebas, periodista, empleado de seguros, corredor de libros, guionista de cine, para la película Río abajo, dirigida por Enrique Dawi; y comunista, claro.
Es autor de novelas como Los aventados (1952); Las tierras blancas (1956), que Hugo del Carril llevó al cine; Papá José (1958); y Mayo del 69 (1995), que antes había publicado como Puro Cuento (1971). También escribió la obra de teatro La tierra (1996); y publicó libros de poesía como La mujer en silencio (1994) y Entre dos ríos (2009). Pero el género que más que gustaba era el cuento, que la Editorial de la Universidad Nacional de Entre Ríos (Eduner) reunió en sus Cuentos Completos (2006).
Trabajó en diarios en la década del cincuenta y fue redactor en el diario comunista La Hora, en el semanario Nuestra Palabra, en la revista Hoy en la Cultura y durante veintiocho años escribió en el mensuario Novedades de la Unión Soviética, aunque no firmaba con su nombre, sino con seudónimos, a veces como Zrobak.
Por comunista nunca pudo ejercer como profesor de letras e incluso estuvo en listas negras confeccionadas por la última dictadura cívico-militar. Fue catalogado en un listado de personas con “antecedentes ideológicos marxistas que hacen aconsejable su no ingreso y/o permanencia en la administración pública. No se le proporcione colaboración” y estuvo prohibido desde el 17 de marzo de 1977. En el listado estaban también Evar Ortiz Irazusta, el hijo de Juanele; y el dibujante gualeyo Derlis Maddonni, ilustrador de las tapas de los libros de Emma Barrandeguy, entre otros.
Manauta se definía a sí mismo como un “marxista por convicción”. Pero con los años se alejó del PC. “El partido se había convertido en una federación de tontos, de sectarios que adherían incondicionalmente a la Unión Soviética, que fue una falsificación, una negación del marxismo”, dijo alguna vez.
Y un día le hizo juicio a la Unión Soviética.
–¿Cómo fue esa experiencia de hacerle juicio a la Unión Soviética? –le preguntó el periodista Ángel Berlanga en una entrevista que se publicó en Página/12.
–Ah, no dudé un instante: si algo aprendí en el PC es que las relaciones laborales deben ser sagradas. Los derechos del trabajador son inalienables, aunque se trate de la Unión Soviética. Ya se vio después qué pasó allá: eso me quitó todo escrúpulo para demandarlos. Y gané el juicio. Aunque me costó encontrar un abogado que me representara.
En 1994, Manauta denunció a la Unión Soviética por incumplimiento de las obligaciones en materia de aportes previsionales, sindicales y asignaciones familiares. El planteo estaba dirigido a la Embajada de la Federación Rusa, como su continuadora política y diplomática. Lo acompañaron en el sinuoso camino judicial el artista plástico Hugo Claudio Griffoi y el crítico de cine Alberto Foradori, que también habían trabajado en la revista Novedades de la Unión Soviética.
El juez de primera instancia sostuvo que no daría curso a la demanda si antes la Unión Soviética, en rigor a la Federación Rusa, no daba su consentimiento para ser sometido a juicio. Pero eso no ocurrió. El magistrado pidió el consentimiento y la Embajada no contestó, por lo que el juez entendió el silencio como una negativa tácita a someterse a la jurisdicción argentina, y se declaró incompetente.
El abogado Daniel Roberto Schumacher, que representaba a Manauta, alegó que “el privilegio de inmunidad no debe transformarse en impunidad”. Pero la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Civil y Comercial Federal confirmó el pronunciamiento de primera instancia, lo que significaba que los periodistas quedarían privados de la jurisdicción de los tribunales argentinos para hacer valer sus derechos y los obligaba a plantear su reclamo en Moscú.
Así el asunto llegó a la Corte Suprema y se convirtió en leading case cuando el máximo tribunal modificó su propia jurisprudencia respecto a la inmunidad de jurisdicción.
La Corte Suprema hizo lugar al pedido de Manauta basándose en dos puntos: admite que un Estado no puede intervenir en asuntos internos de otro; pero en este caso no se trataba de un acto de gobierno sino de una obligación laboral y previsional, que de ningún modo afectan el normal desenvolvimiento de una representación diplomática. Entonces no existe la inmunidad de jurisdicción ante un reclamo por incumplimiento de obligaciones laborales por parte de la Embajada de la Unión Soviética, “ya que la inmunidad se refiere exclusivamente a la materia política propia de las delegaciones extranjeras y no a los ilícitos provenientes del fraude previsional”.
La burocracia judicial estiró la resolución por otros trece años, hasta que los tribunales argentinos hicieron lugar a la demanda por daños y perjuicios; y Manauta le ganó el juicio a la Unión Soviética.
El cimbronazo fue tan fuerte que en mayo de 1995 el Congreso Nacional sancionó la Ley Número 24.488 de Inmunidad de Jurisdicción de los Estados extranjeros ante los tribunales argentinos, donde reconoce que el principio general es la inmunidad, pero enumera una serie de excepciones donde se cede esta inmunidad y el Estado extranjero deberá someterse a los tribunales argentinos. Eso también lo hizo Manauta.